lunes, 10 de mayo de 2010

Obama

No votarán en blanco los poetas cabizbajos del Bronx,
por una vez, no votarán en blanco, como han votado siempre,
también cuando dejaba de importarles el nombre de la bestia
y evitaban las urnas transparentes, y los espejos líquidos
de las televisiones, y los diarios demócratas, y el cine,
devotos de una forma de justicia poética distante
del afamado trébol que establece la suerte de los débiles.

Ha sido derrotado en la batalla, pero vive en las calles.
Jim Craw sigue campando por su infamia en las calles desiertas
de los pulcros suburbios que rodean el centro de las urbes,
en una mano el látigo candente, una Biblia en la otra,
arcángel mercurial que se dijera tronchando el Paraíso,
levitando en el aire envenenado, en la nube de smog
que retuerce el gaznate de las sombras caídas en desgracia.

Al sur del Polo Norte, el sur en guerra, de Boston a Miami.
De Vietnam en Vietnam, atiborrándose de niños en peligro,
de ciudades y aldeas miserables ahogadas en la piedra,
El Hacha Cautelar -arma homicida de todos los imperios-,
luz que frecuenta hogares sin retorno, desesperada luz
que avanza entre amapolas verticales y panteones rubios
para morir de éxito en la noche completa de los hombres.

Ningún poeta pierde la memoria, ni dedica canciones
al genio americano, ninguno exalta la gesta innecesaria,
la sanción inhumana, la barbarie del Cuerpo de Marines.
Prefieren contemplar el heroísmo de los críos descalzos
que deambulan con sus cicatrices por entre los escombros,
sobrecogerse ante la flor marchita de los viejos mercados
o recitar con alma el verso muerto que exige la cordura.

Prefieren escuchar a Nasir Jones (‘...ten years in the game...’)
y escribir sobre el agua sus pequeños capítulos de gloria,
o componer baladas imprevistas, odas a la vergüenza,
poemas a bocados, dentelladas, tragaderas y fauces,
letras universales que revuelvan la impura sopa Campbell
de los seres felices, con sus máquinas ebrias de poder
y sus atolondrados rascacielos que irritan a los dioses.

No votarán en blanco los poetas efímeros de Harlem
(¡ni el rabino de Brooklyn!), ni siquiera las muchachas neumáticas
que investigan la rima en los jardines agónicos de Queens.
Publicarán artículos de impacto en la sucias paredes
e irán a ver las últimas películas del cine independiente
con una gran sonrisa candorosa crujiendo entre los labios
y la satisfacción de ser un pueblo al mando de sus sueños.

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