domingo, 13 de junio de 2010

a veces

A veces resucito, a veces muero.
A veces creo en dios, a veces en el diablo.

Dimito de mi ser con relativa frecuencia
y correteo las plazas abocado al espíritu,
planeo sobre gruesos hemisferios que juegan a los polos,
escarbo porque sí con unas zarpas
-con unas zarpas rosa carnes-vivas-,
afincando al esclavo en la paz de la tierra,
azotando al esclavo que llevo en la memoria.

Siempre que alguien proclama: ¡muera la inteligencia!,
hay un nido de víboras que festeja la creación del espanto.
El miedo nos defiende de los ellos que rebuznan,
de los bárbaros que especulan con la sangre
y nos exponen al oprobio galáctico.

Dan ganas de decir:
¡No estáis solos, modernos animales!,
que haremos instrumentos para salir del fango
y serán como las cuerdas que rodean los cuellos,
como regazos tibios y cadenas formales.

La libertad aburre. Recordamos los mitos.
Nos vence la nostalgia de una aldea grotesca,
con sus formidables garrotazos en el cráneo.

Algunos alicatan cuevas hasta el techo -simuladores humanos-
y se beben un zumo de naranja antes de zamparse la ración grasienta,
fornican en silencio y es lo único que hacen en silencio,
balbucean un idioma y hablan de carrerilla un mísero dialecto.

Otros espabilan para hacerse los tontos y convencer al padre de la novia.

A veces muero solo, a veces en familia.
A veces creo ver la forma de la bestia, su número de teléfono.

Declino invitaciones y me quedo en el ático, escarbando raíces,
desnudando al esclavo que trabaja en mi alma.

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