sábado, 31 de marzo de 2012

un día de huelga






El empresario se levanta temprano,
entra en el baño, orina y se mete en la ducha. Sale en siete minutos.
Siete minutos de huelga general.
Acto seguido, abre la ventana y respira la paz social de su polémica urbanización.

No se divisan masas en lontananza. La revolución se hace esperar.

Las masas llevan horas recorriendo disparatados polígonos industriales
y competitivos parques tecnológicos.
Banderas rojas y pancartas, los piquetes avanzan
conquistando parcelas de efímero dominio,
taifas de orgullo proletario.

Podemos congelar un país.
Los Sindicatos gestionan el demoledor efecto de su advertencia:
el estado cubierto por una pegatina; el gobierno pegado a la pared.

Hace calor. Las avenidas descansan de su endiablado tráfico
y hasta los pájaros libres se hacen los remolones.
Aquí y allá, algunos trabajadores que desoyen la consigna,
algunos automóviles de mirada furtiva.

No se recogen basuras, los niños no van al cole
y muchas parejas se quedan un rato más en la cama en señal de resistencia.

Hay hombres solitarios que se despiertan y salen a la calle sin afeitar,
muchachas paseando al perrillo esquirol,
nubes pintarrajeadas con lágrimas de luz

La radio informa.
Es un día de huelga general.

Y las chicas se dicen: mañana volveremos al trabajo.

2 comentarios:

  1. Tu inseparable sentido de la ironía se deja sentir, pero también la inevitable simpatía hacia esa huelga que no ha sido ni por desgracia puede ahora ser lo que debería, pero es lo que sucede en estos terribles tiempos en los que tanta gente se siente desclasada y equivoca quién es el enemigo. El poema es excelente, tanto como su intención.

    un abrazo, Esteban.

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  2. Muchas gracias por venir, Ramón, y por el comentario tan favorable que haces del poema.

    En cuanto al resultado de la movilización, yo quiero ser optimista, al fin y al cabo, son apenas cien días de gobierno.

    Gracias de nuevo y un fuerte abrazo.

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