viernes, 7 de diciembre de 2012

poesía pura (II)


¿De qué forma?, ¿cómo es el frío cuando el día es más largo que su tiempo?

Los ancianos sostienen que el hambre tiene forma de canción
y que la sed, en cambio, es un silencio que rompe la piel de los espejos.
Y los sabios les niegan el saludo.

Las campanas no suenan y evocan un pasado irritante
a fuer de condenadas al oprobio del vacío -de peso
y de temperamento-, obligadas al tedio de la provocación.

Hace frío. La tarde surte un lienzo que renueva sus escaparates:
novedades. Novedades aparte, la tarde vuelve a gritar de espanto,
como cada día. Los niños regresan a sus tornos, despiertos y, al final,
voluntariosos, golosos de una suerte de inherencia mítica.

Nadie es superior al vértigo. Círculos concéntricos sobre el plano,
es todo lo que resta tras el impacto. Un centro de gravedad, un remolino
que voltea su tronco, vira su bandera de colores ocultos,
se revuelca en su propia satisfacción incómoda.

Da comienzo el ballet en la tarima polvorienta ,
el escenario ambiguo de una superproducción natural.
La montaña gotea su ambición artística, se relame los hielos como una nodriza,
brinca demasiado rápido para la niebla.

Sin espectadores, una cabaña explota en medio de la ventisca.
Los árboles caen desorbitados con un seísmo que sacude las madrigueras,
rebotan en la tierra sin hacer ruido, representando su papel de mártires.

Existe una maldad innovadora en cada matorral atormentado,
presa en su cárcel de inquina, esclava de su odio a la ciudad perfecta
tan orgullosa de sus adoquines, de sus larvas de asfalto 
y de sus edificios permanentes.

Las ciudades prometen algo que no está en su mano poderosa,
que excede su capacidad de sufrimiento.
El campo, sin embargo, jura en falso por culpa de su nervio,
pero no defrauda las expectativas de su fauna protegida,
ni incumple su palabra enfangada en el azar.
La diferencia empieza por arriba, por el cielo difuso y el cielo artesanal,
el espacio lógico y el demarcado, por el valor y el precio.

Tiembla la oscuridad. Falta de profetas, languidece la noche,
que no se abarca e invade las cavernas.
Fluye la magia como un río intensamente veloz,
negra, plena de sabiduría, poco humana.

La respiración incluye su firmeza. Miles de seres reptan y respiran
levantando oleadas de humo, humaredas gigantes como incendios
tragándose el bosque a bocados enormes.
Un cervatillo corre para salvar su vida: corre. Sus patas nuevas
son frágiles cerillas que arrancan chispas a la roca,
su cara es una fotogénica máscara de horror.

¡Ah!, ¡quién supiera mirar con ojos valientes!
¡Quién pudiera mirar al frente sin encontrar un horizonte de sucesos!
¡Quién pudiera admirarse en el espejo sin escuchar la voz que le describe!

Los hombres han perdido su contacto sagrado y ahora creen en dios
con gran esfuerzo. Nacen con su pecado original, se curan en salud
y van quemando etapas de abyección adulta. Se ganan el desprecio
de la naturaleza, que es torpe e infantil, pero tiene principios.

Mas, cierta creación que no sofoca su frutal aliento
subsiste en el emporio vegetal y en la fragosidad selvática del monte
ocupa su sitial aventajado.

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