sábado, 16 de marzo de 2013

sonetos (VI)


Mi tiempo es un tahúr que se aventura
en una interminable mala racha,
es un nombre de pila que se tacha
con una cruz sobre una sepultura.

Mi vida es una muerte prematura,
digamos que una muerte vivaracha,
un viejo profesor que se emborracha
y olvida su mejor asignatura.

El tiempo me produce tal espanto
que al vuelo de su flecha me adelanto
en alas de mi trágico destino.

La sombra del futuro es mi presente
y no hay alba furiosa que la ahuyente
bajo este cielo raso que adivino.

---

Resoplan, del invierno, las perchas abrigadas,
hace un calor de estufa, corporal, pegajoso,
recapacita el aire con un gemido acuoso
capturado en los quicios de las puertas cerradas.

Timoneles celestes surcan abigarradas
rutas convencionales, se inaugura el reposo
de las bóvedas truncas y un volumen ocioso
transita la marea de curvas delicadas.

La indiferencia nace de la temperatura.
En el descanso, un roce -sensual- entre electrones
y núcleos en proceso de lento aprendizaje.

Redimensiona el cielo su clemencia futura.
Nieva, y la nieve es blanca (horizonte en funciones
de cometa ligero). La luz sabe a paisaje.

---

A causa de mis cálidos deseos,
exiliado me veo en toda Francia,
funesta, apoteósica distancia
forjada en eslabones maniqueos.

Tus ojos son dos montes Pirineos
en gélida misión de vigilancia,
tu boca una facción de intolerancia,
oscura como vino de Burdeos.

Por gracia de mi anhelo desbordante,
sufro en mi propia ínsula de Elba
este trato tan frío y denigrante,

pues no encuentro mirada que me absuelva,
otra ley que la injusta de la selva,
ni boca que la voz no me levante.

---

Nieve igual a la nieve del anterior invierno
-partes iguales, sombras de parecida horma-,
resbaladizo puente sobre el pasado eterno,
hueco de ojos azules de movediza forma.

Entre los blandos copos, la remembranza interno
de aquel amable gesto, aquella pura norma,
santo y seña que fuera de tu mejor gobierno,
emblema de mi drástico conato de reforma.

Dormido en los laureles de la desesperanza
-ya sin respiración el aire-, sin aliento,
el beso protestante de tus labios felices.

El tiempo es un alud que se nos abalanza
desde el fondo del alma, ¡es un desprendimiento!
La vida sólo un sueño que deja cicatrices.

---

Quién pudiera ser agua, transparente
cascada mineral o sombra clara,
o drusa sideral que reflejara
la luz de la materia incandescente.

Quién fuera sorda lluvia, entre la gente,
filtrándose desnuda. Quién volara
-sólo azul sobre azul, silueta avara-,
raudal de incertidumbre, forma ausente.

Quién silencio lunar, aroma etéreo,
líquida huella en el callado entorno,
gota de calma, fórmula sensible.

Y quién ínfimo tramo del aéreo
crepitar, corazón menor, adorno
del vacío local. Ser invisible.

2 comentarios:

  1. He leído todos los sonetos, Esteban, pero, al menos hoy, me gustaría hablarte de los dos que más me han gustado; el primero y el tercero, en un caso por la gravedad del tema y lo bien que te acercas a las obsesiones de, quizás, el más grande de nuestros sonetistas, Quevedo. Es duro y , a la vez hermoso, que tengamos una referencia de tal calibre, y la verdad es que construyes un espléndido poema, en el otro, porque es muy difícil hablar en boca de un personaje tan importante, para bien y para mal, y no perder el pulso de la auténtica poesía.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Enrique. Estos sonetos que voy poniendo en el blog son de hace unos cuantos años. Ahora, apenas escribo poesía rimada. La rima exige "entrenamiento", el endecasílabo, o el alejandrino, también. Mi favorito de esta tanda es el primero, creo que el más conseguido, sobre todo en los cuartetos.

    Un abrazo y gracias de nuevo por el comentario.

    ResponderEliminar

Seguidores