domingo, 26 de mayo de 2013

verdadero amor

                                                     El amor verdadero ignora la verdad
                                                                                         (Anónimo)


Continúa el escéptico traslado de su mano en busca de la consciente suavidad
que empapa y cerca cada fragante curva, cada simiente delineada por el viento.
Sus ojos claros muerden una moneda arrojada al vacío mientras deciden
la longitud de la mañana, que se nubla ajustándose a su tiempo.

El día romancea y se disuelve, se disemina por el antiguo éter,
asciende a su manera volante por la escala y suena por la escala a su manera
básica. El día tiene la virtud de irritar al sol y de moverse por su cuenta.

En el vergel que fue doble jardín, ardían los planetas. Ahora, en el jardín,
suspiran otras plantas sin cuidado, dejadas al albur de una esperanza tímida.
Su mano franquea posibles obstáculos y, por lo menos, tiende a la fragilidad,
aspira a sumergirse en los peores conceptos en busca
de una respuesta ágil.

El cielo muestra sus indicaciones y la lluvia condescendiente rompe a caer y cae
desconsoladamente, abierta a su materia, ajena al entusiasmo, diríase que acaso
se desprende de una rama, salta a su manera innegociable, brusca y femenina,
enfatizando su forma de caerse, como quien dice para no hacerse daño.

Despacio, la mañana se enciende y luego se derrumba en humaredas y plomo,
trasciende sus pesados algoritmos y desemboca en un marjal de nubes apátridas.
Su mano se introduce en la sombra violando la eternidad del momento,
entona su minuto de caricias, converge en una ovación sostenida
al manto que repite su desplome y escenifica los síntomas de una muerte variable.

El amor es un bálsamo que no tiene que ver con el agua del río,
ni con la frescura de su tacto. La rosa es para no tocarla, el aire para respirar
con temor y desconfianza. Porque el amor sugiere la cancelación del instinto,
la sensación intelectual, el código, el arte que falsea su silueta en la arena.

Su mano explora el dogma en el aura que eriza el vello de la hierba recién pisada,
en el minucioso cetro que emerge de la entraña del roble. Sus ojos negros
rozan la penumbra, forcejean con un nuevo misterio.

Cae la tarde y la lluvia se explica en el tránsito azul de la primera nube.







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