miércoles, 5 de junio de 2013

Rosario liberada

La gente si no prospera va para atrás
(La Señora Kessler: Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters)





Liberada de su cuerpo, Rosario fue beatificada por un niño,
ungida con el óleo de la sangre caliente, pues un cachorro fue sacrificado,
un perrito faldero con su meneo y su cara de buena persona
fue masacrado (en broma) para dibujar un odio inusual en la cara
oculta de la mujer perfecta.

Rosario liberada de su cuerpo de atleta, de su cuerpo gigante,
cada curva eminente, rutilante como el cabello de la virgen maría,
dispensada de su vitalidad y su anhelo, de su anhelo constante y fervoroso,
exenta de la vibración y el hábito, perdonados sus logros menos admirables,
sus actos casi erróneos cubiertos por un velo de venial imprudencia.

Ella con sus hijos perdidos en el bosque, sorteando zarzales y cercados,
apoyada en la música contenida en sus manos clavadas a la cítara,
resueltas en la península del arpa tan débil. Oh, aquellos que volaron
en sus globos sin lastre, directamente espíritus asistidos por un sueño vacío;
el sueño del vacío produce una realidad no alternativa, sino pura.

Liberada del cuerpo hermoso, rodado en las películas del arte y fotografiado
por los pérfidos maestros, holgada y mística, besando una porción de aspecto
personal y nada extraordinario, un rostro vapuleado y apenas consciente
de su ingenuidad, acariciando el labio cosido a la palabra inofensiva
del profeta destronado.

¿Tan difícil resulta, no por un instante, abdicar de la indomable pasión?
Contemplar un gramo de la verdad, un grumo verdadero en la pestilente
sopa primordial en la que flota el amor, el amor a la carta,
el amor insensible de los enamorados lúcidos como encogidos en sus bodas
tan solemnes que flotan en el absurdo precio de un traje de novia.

Ella exonerada del dudoso tiempo que los hijos de los hombres
destinan a protegerse del cielo, emancipada de la grosera pulsión
que ennegrece el pensamiento, alentada, sin embargo, a la presciencia del genio.

Rosario elevada a la potencia del cometa que abandona la nube rezagada
con un pasmoso giro, convocada al examen donde fracasan los ángeles,
desnuda, mas platónica, tal vez vestida para el principio del fin
-un acto casual que despoje a la inocencia de su falso sentido-,
anterior a la nada que persigue la física en ausencia de dios.

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