sábado, 21 de septiembre de 2013

por lo visto, un cometa






Al parecer, el cometa pasó como una novia camino del altar profano: música y parsimonia.
Su navaja de plata rajó el vientre de la noche estrellada contra el cielo,
sus patitas tan cortas y nevadas moviéndose al unísono, debidamente;
comiéndose un helado con sabor a vacío, que es un sabor
como si se caramelizase el agua clara o se deconstruyese una pizca de sal.

El primer sabio miró al cielo una hora después y dijo: nada ha ocurrido,
ningún dios se ha postulado todavía, seguimos a la escucha.

Otro sabio, mago y poderoso lingüista, concluyó, entrevisto el artefacto
y su maravilla, que la divinidad había enviado por fin una señal inequívoca,
selectiva y no del todo comprensible para los indoctos
en cualesquiera materias celestiales, y así lo expresó: he ahí el milagro,
el signo chachi, barí, la sagacidad personificada en una pasarela astral,
el inveterado dogma y su idiosincrasia contable.

Pero la mejor parte, la reacción en cadena fue para el sacerdote,
quien desde su púlpito improvisado en la acera de la avenida única e interminable
lanzó el siguiente discurso bravo y cañí: ¡arrepentíos, miserables siervos!,
¡postraos de una vez y abatid, humillad la cerviz acaudalada!
¡Poned!, ¡contribuid!, honrad, ciudadanos pecadores, la tradición del diezmo
y seréis considerados por el arcángel vengador cuya venida es ya inminente
en nombre y representación de Nuestro Señor, Sociedad Ilimitada.

El cometa, por cierto, hizo ruido como un perro que se rasca,
hizo ruido como un hombro que se parte,
sonó como un catarro miserere, un estornudo cerval, una parálisis freudiana,
como una fobia a todas horas, sonó como los gatos de París
mascullando su melancolía, crucial en varios cruces, devastador.

Y como daba miedo provocaba comentarios diversos, por ejemplo del poeta
cobarde y andrajoso, asmático y tan poco agraciado, que soltó esta obviedad
en verso:

¡oh firmamento dividido en franjas de crepúsculo por el hijo pequeño de la aurora!

y quedó para el arrastre.

Fue, como siempre, la joven de la buena estrella, la muchacha sin flor,
a la que se conocía en diferentes lugares
por diferentes nombres como Rama, Rosario
o simplemente Nx2, la que atrapó la forma entre los labios
y sin carraspear ni nada de aclararse la voz
emitió este dictamen para convulsa estupefacción de los sabihondos:
no se dio tal fenómeno que atribuir a la providencia,
tan solo fue una corriente de aire puro, obra del clima.


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