martes, 10 de septiembre de 2013

una caligrafía del amor (más)


Tiembla la pluma mojada en aire,
tiembla la mano abierta al precipicio del horizonte gris (es la mano de un hombre gris),
tiemblan los labios.

Acaece un seísmo complaciente
cuando el dibujo toma forma y se concreta el rabo de la A.
Forma su esquema y sociedad anónima
el dedo caligráfico, dedo filólogo -demasiado culto-
que traza un brazo multilingüe, multicultural y físico.

Hay redondeces que desconciertan mucho. Por ejemplo, la B, que repiquetea
y taladra con su obscena semblanza y su retiro monástico.
La C, sin embargo, es cobarde por naturaleza y no se va sino que aguanta
el chaparrón porque lleva un paraguas de repuesto y no arriesga el tipo.

Pero las letras son aburridas en general, sus combinaciones
resuenan.
Dicen que tienen resonancia y significado porque significan un signo tal vez,
una señal aburrida de STOP para que se la salten los lingüistas y sus perros
habladores.

La pluma mojada en aire teme un poco de viento y tiembla, tiritando emborrona.
Sufren los morfemas su calvario fuera de sitio, se pasan a la fonética,
desertan del libro, huyen de la página moderna y numerada.

El amor ya estaba dicho, estaba hecho. El amor yacía tumbado en el diván
del sicoanalista comportándose nada mal y respondiendo a las preguntas
con una sonrisa y unas cuantas mentiras bien pensadas.

Nadie sabe tanto. Nadie sabía nada del amor aunque todos
se acomodaban para soltar un gran discurso y los anfiteatros rebosaban de artistas
contrastados, vacunados, solícitos.

Los artistas cantaban sus versiones en distinto color, de tal color y tal otro,
hasta reventar de gusto. No amaban, solamente venían a cantar y resbalaban
de nuevo en cada estribillo, a cada paso de baile.

Un seísmo y a tomar... El viento es demasiado culto para escribir una letra fantasma,
se la sabe pero no la suelta. Después, te entra por la boca y te la cuenta
para que tú la digas en tu idioma tan pobre, para que tú la escribas en tu idioma
de saldo, para que te la aprendas un poco en tu lengua materna.

La sangre empieza a machacar el cuaderno y a deslizarse por sus líneas rectas abajo,
raja las cuadrículas y gesticula. El cuaderno debe ser un mártir con su papel
de estraza A4 fotocopiado hasta la náusea, ad infinitum, en serie,
como los crímenes mejor pensados.

Y la pluma flaquea en su pensamiento de escritor y no prospera. Tiembla,
le da el tembleque, temblequea y castañetea sus huesos por los dientes
de esa manera que parece un escalofrío. Y emborrona a lo filólogo,
a lo grande, con churretones gigantes que chorrean emoción,
borrajea y hace garabatos que van significando un chorro de amor
(que se sepa).

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