miércoles, 22 de enero de 2014

martes de solemnidad


Es martes. No llueve. El hombre del paraguas lanza su rogativa a pleno sol.
Despilfarra su danza de la lluvia, clama al cielo, versifica un álbum de fotografías
en sepia donde la gente ocupa los portales, se protege de un clima bastardo.

La barricada está en el mismo sitio que ayer; cuesta pasar por su lado sin rozarla,
hay que saltar un poco sobre escombros y cajas de fruta, hay que cerrar los ojos
y contemplar otra línea de acción. El hombre del paraguas se frota la mirada con la brisa
sin miedo a la razón que se abre paso en su mala conciencia.
Simpatiza con el diablo y con la risa de las chicas obreras, tan sin prejuicios, tan cultas,
serenas y eficientes, hechas para la lucha y el desencanto, para la consternación y el éxito.

La fuerza pública responde a la llamada del fuego. Golpean como apurando otro cáliz,
esquivan sus propios proyectiles, condenan el egoísmo de su propia voz,
confiscan sus propios equipajes. El uniforme aprieta las ideas, congestiona hemisferios,
hace efecto en la lengua, que se comprime y se escora hacia la propaganda de los gritos.

Las cámaras graban sucesos con rigidez y orden, no exploran el detalle
ni confían en la pretensión del arte, solo filman fijamente, hacen su ronda por la realidad,
pero ocultan todo un arsenal de gestos especiales. Desde la azotea, ahora hay que espiarla
a ella, que ladea su frente y vuelve a su misterio fundando un panorama de rubia expectación,
que pronostica un cambio de paradigma con su estilo de no ser más que nadie.

En concreto: no llueve, o es martes. El hombre del paraguas tira una piedra contra los escudos.
Acierta. Es una drea desigual, las pelotas de goma silban y derriban cuerpos como en la bolera.
Los chavales arrecian sus capuchas negras y preparan cócteles con demasiado alcohol.
Las ventanas aúllan; el griterío saca a las alcantarillas de su narcótico sopor habitual.
Hace humo, timbas de vapor. Café con pólvora y granizo para llevar. Un lema
que se rasca en medio de la calle, una bandera sola como un niño perdido.

Y la ceniza, a imagen de la lluvia, que no tarda en caer como una maldición elemental.

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