martes, 25 de febrero de 2014

por el camino del jazz


Escapa el arte a la mano tranquila, busca la palma del jazz,
el puño americano. Las baquetas redoblan su interés por el ritmo, su desdén por el piano
que rezonga y se mortifica. El pianista es un tipo esbelto como Fats Domino:
se las sabe todas. La banda arranca gritos de la soledad que amarga. Ni el público desfallece
ni hace calor aún, se amontonan los recuerdos en la esquina de la barra.

Otra mujer fatal vestida de carmín. Sus medias que aprietan los rombos de la noche.
A media luz, el humo parece una señal de humo. El hielo tintinea al compás.
Todos abiertos al crudo espectáculo. Es el crooner que muestra su tenebroso interior.

Así que la cantante rectifica su afro vertical. Se llama Janelle y posee un secreto nubio,
es poseedora de un lance, un paso crónico sobre el rocío, una batidora instrumental.
Sus ojos garbean reclutando neón, verificando el desarme de los gangs.
Afina y canta sin perder la cabeza; su dibujo se anima cuando el bajo irrumpe
en la canción con su línea proteica.

En la pista, los pies son más rápidos que el ojo, son pies de foto, mala literatura.
Hay un reguero de sudor que comienza en el cuello de la rosa y se desliza
sinuoso hacia el torbellino. La pequeña bailarina jadea sin motor, frena su instinto
para girar un rato contenido, pisa unos labios demasiado finos para decir su nombre.

Janelle pronuncia el verso con extraño ardor, la nota asciende desde el estómago,
broca, brusca, boca, lista y a punto de fabricar su cadena de montaje sonoro, recta
como un espejo delante de la nada. El cristal entra en quiebra, los vasos,
vertiginosamente alzados, derraman un sonido chocante.

La batería carga el martillo neumático, solo la voz precede al estallido de la voz.
El silencio cruza las piernas y se dispone a escuchar,
el tiempo cae sobre las mesas como un imperio dejado de la mano del hombre.





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