martes, 1 de abril de 2014

castillos en el aire


Aquí nuestra Princesa adorable-alígera-alada-princesa (pronúnciese con raudo aleteo paladar)
dominaba algún arte arcano y también alzaba versos puros
o es que legislaba a golpe de octava real, a puro tiro de cometa.

Así que el poeta sufría para iniciar un poema sufrido y tenso mientras ella
rodaba con un pie silbando su melodía personal, doblando manantiales con su peonza idílica,
tronzando puentes levadizos con su balada exenta de enredos y romances
que no tenía un problema de amor, un esquema de amor 
ni un plan sentimental.

Así que ella se sabía de memoria un corpus infinito
y acertaba a los pájaros con su mirada púrpura.
Vestida para un serio contratiempo (o un serial), imperial y graciosa su raya diplomática,
los zapatos armados para un baile de máscaras, esos mismos zapatos a juego de Janelle,
coronados al fin en su destreza.

Y el poeta graznaba su teórico gesto, su poema que apenas maldecía la palabra mágica,
insinuaba el rito, filtraba dudas teatrales en la sombra, virus portátiles al por mayor del género:


 Está en el aire
-suave y más suave-,
derribando fórmulas que son castillos en el aire.
Su palabra es un himno, ritmo, que no puede caer,
y se mantiene
arriba, limpiamente, vuela despacio como una pompa de jabón.

El día está. La lluvia aún,
todavía está en la nube que renace,
vuela como la sombra de un avión.
Según la gota forma su camada, vuelve al vientre. El viento enciende la rama:
es suficiente amor.

Todos los ecos se funden,
cumplen con su deber armónico, hacen poemas sin fondo
que no se tienen en pie. ¿Lo ves? Traman su altura,
firman un elepé de magia pura y se conectan
con la memoria eléctrica
del sol.

Humo y alcohol tienen la llave, está en el aire,
suave y más suave.
Viene a decir qué significa la palabra que dice amor
y que salpica con
cosas que vuelan
como los pájaros que vuelan alto,
como la pena que se mueve en falso,
se muda y duele en muchas más cabezas:
es muy frecuente.

Lloran los locos, las huecas sombras,
los trajes amarillos
para pasar de trajes y de modas.
Está en el aire un beso contra el flujo, se mueve hacia los márgenes
viaja sintiendo la gravedad
o los obstáculos de los esquivos dioses.

¿Toses? Eso es que no has fumado. Aspira el fuego
de este cigarro helado
y guarda la ceniza en una urna de cristal.

Los poetas se han muerto en el Vietnam (adiós), suenan las ráfagas
suspendidas en el tiempo
como la ropa
tendida al sol
que cruje y huele a lengüetadas,
a una ebriedad sin don.


Azealia notaba su frescura, tomaba nota de todos los artículos, se iba de compras
con una lágrima en el bolso. Sentada en la terraza sorbía un cubo de limón amargo,
de escalofrío en su escala de calor a treinta grados. Sentía un bálsamo en el cuerpo,
un segundo más subiendo por su espalda, torciendo sus rodillas por encima del reloj.

Clamaba el arte su profana suerte, su esnobismo, su familia cuadrada
como en un lienzo maniático de Josef Albers.

El poeta tronaba un rayo de sol hasta su acción que siempre demoraba el propio canto.
Y la sabía mayestática y adversa, lejana en otro mundo perteneciente al reino,
un ángel curvo: ella en la síntesis de la primavera muerta hacía siglos de amor.

La perfección en tránsito, el aire brusco irrespirable, atenazado. Un castillo de arena, no.
Una torre torcida, arbitraria como una torre de oro depurada y salvaje.
Ascendía el canto lleno de urbanidad y soltura por el espacio emocional.
Las aves estallaban en lo alto con ruido efervescente sin derramar un sola gota
como si fueran almas a punto de salir de casa, arregladas en forma de peinado,
una burbuja afro relamiéndose el cielo diamantino de París.

Aquí nuestra Princesa, su sabor, el caramelo entero de su boca,
regaliz y una brazada estética hacia el epigrama y su autoría, el reto polisílabo.
Bonita sobre todo, Azealia presente como el póster de Guevara en los chamizos del barrio, presente
en las manzanas podridas de desahucio. La Estrella Roja de sus labios apasionadamente bellos
reescribiendo la historia. Ah, el sello de sus labios, noble lacre, confirmando el exceso de una vida.






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