miércoles, 4 de junio de 2014

a sangre fría


Cuánta ciudad espera su regreso. Los soportales se recogen, los balcones se adentran.
Hay casas que vulneran su propia geometría. Niños que se acuestan al amanecer.
La ciudad elige sus cadenas entre una panoplia de sueños de libertad, un muestrario de silencios.

Entonces el gorrión es un pasajero incómodo. (No existen coronas para ella.)
La soledad se asemeja al invierno, porque duele este frío, quema; y siempre llega hasta el final.
El pajarillo no está muerto todavía, revolotea en el tiempo, se escuda en el muro de la lluvia
que rompe a caer como una maldición acelerada, un rumor (¿de dónde viene?),
nada que ver con la verdad, nada que temer del miedo.

Tantos pájaros y el sol que sigue atormentando. Gente con dificultades, gente caótica
detrás de las cortinas, reconociéndose en el paisaje. El alivio que significa ella
no es de hoy para mañana, no es de hoy, es una gota de sudor que desciende por el cuello,
una gota de sangre (que le han llenado el alma de alfileres) en el punto de la aguja, un tejido
temporal hasta otro día.

Su corazón establece reglas y permanece a su lado (mientras). Ya no duele la mejor herida
que hayan visto los siglos, ya no duele el amor. El amor se arrebuja despacio entre las mantas,
se hace un ovillo y sueña con espejos románticos. Ella, que se ha perdido el baile,
no reduce el ritmo entre los labios, pero se asoma al balcón y adopta un aura.

Automóviles que no aparecen por aquí. Máquinas que se desesperan, mueren de éxito.
La mecánica es un éxito, la ciencia abruma y se sostiene gracias a la pesadilla del reloj. La ciudad
es un verano, es un veneno que circula por las arterias más concurridas. Está segura de sí,
se forma y se transforma, se trasluce adecentada por los cromos luminosos, crudos,
regulares, baratijas para combatir la ausencia.

Entre los edificios la ausencia se desparrama pronto como un Ganges atroz, como una formidable
presa. Ella se sobrepone al aguacero y deriva hacia su propia enfermedad. Duerme un rato
contra los brazos abiertos del destino. Su futuro arroja un resultado efervescente durante toda la tarde:
hay besos y calor, hay un factor de ley.

El canto ha sucedido y los árboles han vuelto a redimirse. En el parque, un banco resiste
y es un óptimo escaño para leer una carta o engancharse al vacío. Claire abarca con su mirada un lago,
un mundo escuálido aunque sea el mundo, un aire nuevo aunque sea otra nube más alta,
juega a ser inmortal a pesar del invierno que la mata,
aunque sea en secreto, a sangre fría.





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