viernes, 6 de junio de 2014

claire en su edificio transparente


Claire anuncia su llegada, moderniza la noche. Su rostro es un delirio, la fusión
lograda del retrato barroco y la fotografía de la depresión, la acuarela y el lápiz, el carbón y la gama.
El color de su pelo podría ser un fresco de la lumbre tomando altura,
agarrándose al cielo que fuese más azul.

De sus ojos, la reliquia de un tiempo cansado de sobrevivir.  Oh, las manos fuertes, mariposas ágiles
condenadas al éxodo, al único tacto de la pérdida, la húmeda caricia del recuerdo.

El corazón de Claire llena su pecho de canciones que llevan el compás del aire,
acompasadas al giro metálico del viento, el rincón donde aguardan su turno
las prendas del otoño. 

Tendría que acoger un millón de almas. Sabed que el alma es solamente
un verso escrito para adentro. El mundo tiene la conciencia sucia y segrega pulcros organismos
que asumen el dolor. Tampoco el dolor tiene su espíritu, no es que tenga un espíritu común,
su esencia es tan palpable como un hueso,
se rompe como un cetro de cristal.

Un día anocheció y eso fue todo.
La luz se desplazó hacia la indiferencia: un efecto interior. La luz se cayó al pozo
y no fue suficiente la teórica cuerda de los sabios, el gancho de la física.
Es fácil hacerse al drama de la oscuridad; al cabo, los gritos no se sienten, la sangre no se distingue
del agua diminuta de los charcos, los animales comienzan a soltar verdades como puños.

Claire algo magullada, tan rápida. Siempre desorbitada, fuera de escena y al otro lado del reloj.
Sin balada perfecta; a la cama sin su Lovecraft de revista, castigada sin postre y sin futuro. Sujeta al principio de abandono
que define a los seres eternos.





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