lunes, 21 de julio de 2014

aquí en la tierra


Aquí. Sobre el perfil de un cadáver, sobre el cadáver limpio de una flor.
Tanto que no hay ciudad, el piso, el escenario. Una mota de polvo, un ciclón de estiércol.
Vida de tanto amor. La vida entra en escena en medio del paisaje universal. El universo
estático se amplía en el confín. No es estático, corre, vuela autosuficiente. Se expande porque mira hacia dentro.
Siempre mirándose el corazón. El cosmos.

Hay una flor en el cosmos que sonríe. Carruaje de metáforas. Metafóricamente.

Está el camello parado en la avenida. Metafóricamente. La gente cada vez fuma más en otros sitios.
Aquí, sobre el perfil, la ceniza es sangre o sombra. Es atroz el sufrimiento de la gente que, sin embargo,
se empeña en continuar el trance. Considerando: que el amor es una pretensión
oblicua. Considerando: que el amor (no) está de moda en este siglo. Cualquier mensaje cala, es importante.

Es cuestión de tiempo que las novelas se hagan realidad y las películas sean superadas por la monstruosidad.
Los monstruos están a un experimento de hacerse tan reales como un expediente
de regulación de empleo. De hecho, hay  buenos gestores que gestionan la moralidad
como verdaderos engendros: ganan elecciones.

Entre las aberraciones posibles, noticia para la esperanza: caerá la iglesia; ya se tambalea.
Los descubrimientos serán sensibles, tremendos. Habrás cura para algunas enfermedades prodigiosas,
pero los hombres morirán igualmente. Aún así, poseemos un conocimiento inofensivo de las estrellas
y sus cambios de humor. Somos campo de meteoritos, la batalla comenzó.

Ahora hay una flor sobre el cadáver, nada más natural. Veamos cómo ella muerde el polvo
metafóricamente. Ella entona una melodía y es como si hubiese perdido la razón. La miran. La señalan.
Llega la policía que le aplica una técnica de neutralización y aprendizaje social. Casi le parten el cuello.
Una vez libre, después de prestar declaración ante un sencillo juez electrónico. Ya está fumando. Pero por allá.

Besar no es oportuno. Los labios deben moderar su ansia de silbarse. Odiar la voz.
Esa boca es peligrosa y única. Esa lengua se habla demasiado. ¿Ven? Pues la flor no transmite, no emite
sonido alguno, no da pie. Es inocente la rosa (es). La rosa crece sobre los muertos,
sobre la creación (por si no lo sabían).

La muchacha lleva la voz cantante en su floración, florece como un chillido. Prospecciones, pesquisas,
exámenes finales del subsuelo, un procedimiento underground
para sacar a flote la iniquidad. Los crímenes se cometieron tiempo ha, porque es mejor matar de un golpe
y luego hacerse el santo, si no el mártir. La celebrada idea de suprimir los cementerios;
las ciudades reverdecieron a base de jardines interfectos, plantas de raíz carnívora,
íntimos laboratorios.

A lo nuestro: destacar la metáfora más cruda, la figura más dec(ad)ente. El traficante en paro,
sin material escolar, el soldado a verlas venir (las balas), el fontanero en su ferrari, son imágenes antiguas.
Tomemos el fenómeno reciente de la soledad, el reincidente y estrafalario evento de estar a solas
(se supone) con el pensamiento.

Lo ideal es tener la mente en blanco y dejar
que la música frecuente este solar abandonado, el camposanto de la mente en público, que las rimas
construyan su franquicia en ese territorio. Que las rosas sostengan su progreso. Ella así lo hace,
no se contiene y se-eleva, ruge, rompe su silueta en dos pedazos, forma y símbolo. La representación
de un mito -tropo definitivo- es inducir presión al suelo y esperar un milagro. Y esperarla.


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