miércoles, 2 de julio de 2014

trepador


A la entrada del gueto el silencio es infernal, se intensifica.
Pocos se aventuran.
La sombra engulle los murales, hace inútil el esfuerzo del crepúsculo.
Ahora es de noche y basta. El silencio no entiende de horas punta. El menudeo hace aflorar
un capital oculto que tributa a tipos siniestros. Ahora está oscuro y los coches se alargan,
no se detienen del todo.

El tiempo, más que pasar, cae como un demonio cualquiera.
No te aventures. A lo lejos la oscuridad cambia de bando. Se escucha algún ladrido,
imagen de la creación de empleo: hay que proteger el alma del negocio.
El chanchullo se expande y experimenta revoluciones, pero es siempre como siempre.
Ahora hay un demente con un machete en la puerta del club, lleva puesto un traje deteriorado
de color palmera: (al parecer) es el portero legal.

Los niños han dejado el colegio
hecho un desastre.
Mamá no ha vuelto a casa y a los hermanos mayores más no se les puede pedir.
A veces, un río canta su balada, un árbol se mece con el son; la realidad acontece de modo permanente.
Suena la armónica, es eléctrica, variable. Los cables aquí pinchan como coronas,
chisporrotean a través de regiones sin gancho.

No hay parejas. La moda es un espejo y un punzón. La moda es acosar con un martillo neumático,
divertirse con una lanza térmica. A la luz de la luna florecen herramientas:
palancas de un solo uso, llaves internacionales.

El oro no vale nada. En la acera hay un presagio. Ahora alguien recita con buena voz y encanto.
La chica es un ciclón maravilloso que no ha crecido entre algodones.
Se ha quitado los cascos y su afro resplandece hacia la gloria, su karma es un pronóstico certero,
una discreta dimensión invisible a los ojos del estado.

Ha escrito el día en un segundo. Ha superado cinco años de trabajos forzados. Sin padres.
Qué suerte, el dinero mancha como petróleo.

El segundo verso ha caído también, igual que un muerto. Aún no tiene forma.
Hace un blues energético, suprime su primera ración de olvido, raspa como si se enroscase trepador.

El gueto te blasfema por la espalda.
Los pobres intercambian sólidos generacionales, improvisan polvo y tal finura convence.
Vámonos a casa, dice el hombre sin techo, y entonces se pone a llover.




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