sábado, 27 de diciembre de 2014

mentir y luego arder en el infierno


No se puede poner un corazón frente al espejo por ver si saltan chispas
o para encontrarle la melancolía en un bolsillo como un billete lavado por error.
Por más que sea tierno y luzca sangre nueva y se comporte con educación y ritmo,
palpite sin duda, no se arrebate. No hay instrucciones para tratar a un corazón: que si está roto, que si sufre,
si late henchido de esperanza. Que si es un órgano, una válvula de escape.

No hay manual. De corazones solo entienden corazones. Entonces, circulan los informes que son corazonadas.
Sobre su corazón, varios descansan en la carpeta que dice "Reservado". No los custodia un ángel,
finalmente no existen, son aproximaciones en un sobre cerrado, pasos tímidos hacia la belleza.
Como escribir de la cumbre desde el suelo maldito,
del cielo desde el fondo del océano. O de una nubecilla que vuela sin tener alma de pájaro.

Sobre su corazón, vanos recuerdos, limitaciones, crónicas abstractas.
Palabras huecas o quizá rebosantes de certeza, falsedades de linaje académico. Conclusiones
sacadas de un vídeo oficial, razones literales. Conjeturas sin haber palpado el origen, sin tacto alguno ni experiencia de voz,
lo que significa una tragedia, la forma de evitar la monotonía del espíritu
y eludir las condiciones físicas de la compasión.

Decir que no es hermosa y luego arder en el infierno. Que es tan bella como parte de la gloria,
que resplandece en su interior una estrella sin nombre, tan solo para ella, para sí, por ella misma y para su firmamento.

Un paso corto de la mano de nadie, una mirada; un beso oculto que hace sonrojar los labios.
Este es su corazón, en la vitrina donde reposan los restos de las ciudades perdidas, con el magma que devora la tierra.
Oh, cubierto de hielo y todavía al rojo incandescente, al rojo como un cetro de cristal, una espada,
una palabra de amor colgada en la pared. Este es su corazón en el espacio,
pues entre dos versos que nada significan se llega a la comprensión del cosmos improbable; humo en perpetua expansión,
tragándose montañas de horizonte, sangre por ríos siderales.

En verdad, ¿quién no ha soñado su bendita presencia, catarata de pulso estremecido?
¿Qué alma no ha templado su candoroso filo en el yunque divino de su lengua?
Si han hablado sus ojos, testigos de la bienaventuranza, artífices de una promoción de historias terminadas en llanto,
sus ojos aferrados al peso adolescente de la hierba. He aquí su corazón según las escrituras,
en esta caja fuerte del poema, blindado de metáforas sin cuento, blanco como una noche de tormenta.



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