lunes, 22 de diciembre de 2014

una sonrisa distinta


Esta lucha es eterna. Las fábricas eternamente arquean su engranaje, expiden, despiden, impiden
la realidad, todo lo sumen en un malsano ambiente de humareda y vapor, contaminan hasta los espejos.
Estamos locos o ella entra a trabajar, se coloca su ropa de trabajo, sus guantes, su sonrisa invisible de Cheshire
                y guarda silencio.

En la calle huele a sol; se reúne una clase social con sus banderas. Los secretos cortan el aire, son tantos
como estrellas, el sufrimiento tiene demasiados rostros y habla demasiadas lenguas. Y, sin embargo, un alma colectiva
firma su contrato con la muerte, un espíritu digno que no se desanima, inmune al desaliento
y las enfermedades, un alma que resiste única en su pureza, inmaculada a todas horas
desde el principio.

El noble impulso donde ella se aísla al terminar su jornada. Su alma es un refugio y un baluarte, un tiempo
que no ha conocido infancia ni decrepitud adolescente, ni ha sufrido en sus carnes la brutal represión de la familia,
su asfixiante normativa, estricto código de comportamiento. El alma no: no se comporta, ni siquiera en las fiestas
donde se exhiben las mejores galas y se mira a los lados con adusto semblante mientras la música fluye
por un ángulo ciego del destino.

Cuánta dignidad en una gota de sudor, perla en sus manos abiertas, en su frente inundada de palomas,
crecida de poemas y promesas, ante la que habrán de humillarse los príncipes altivos del imperio, las reinas,
los generales hechos a sí mismos con el barro y la sangre que anegan los caminos.

Ella es eterna. Vibra en su frecuencia melancólica añadiendo belleza al universo, goteando una belleza distinta
que comienza en la raíz constante de su negro cabello y se desplaza por el aire como un aroma de contienda,
sed de batallas astrales. Siempre es jamás; la pulcritud del instante inagotable en que se ofician
infinitos actos de amor, diccionarios enteros para culminar un verso semejante a un jilguero coronado de azúcar en su rama.

Por la luz, desliza el arte su primoroso báculo para ordenar el fuego; que ardan las cabañas y luego los palacios
enterrados, las esbeltas torres puestas a resguardo del viento. Al destierro las mínimas ideas del poeta,
notario de su propio deseo, su completa ignorancia: pronto, su cabeza volverá a rodar desmadejada,
víctima de un nuevo ensayo revolucionario. Y ella asistirá al evento mostrando su pequeña tristeza en una sola lágrima
que mezclada en el suelo con la vida alumbrará un invierno sin estatuas de hielo, una primavera en el exilio.




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