domingo, 3 de mayo de 2015

camposanto


Ahora di: el universo es un campo.
No un campo magnético. No el campo de Higgs. El universo entre dos planos, empujado a la barbarie
de las rosas tímidas. El horizonte como una línea rota en su matriz, truncada. Y la vida sonámbula,
oscura como una noche de protesta.

Verde universo, húmedo de soledad; nubes aparte, alguna lluvia que descendiera suelta del espacio.
La vida de los niños es un antes del trabajo que durará para siempre. Hay una redención por el trabajo:
horas-días-años, todo lo mensurable. El campo está en Polonia (Estado de Alabama), se parece a un desierto
frecuentado por lobos, sin desalambrar.

Allí duerme la luna como un sol de terciopelo, duerme sin rostro, atrapa cualquier clase de frío,
de crudeza. La luna encoge el pecho de los novios, la piel se torna gris en su presencia, esa raya
infinita tendida sobre el hueco del crepúsculo.

La noche viste acero, levanta cruces enfermas donde huelgan las flores. Los árboles vomitan sombra,
menudean hojas muertas. Atrocidad tras lenta atrocidad, la forma del terreno surca mares, atropella
sentimientos; hay un petróleo oscuro como el agua,
ceniza que desuella montañas de vapor capaces de cortar la respiración
de la hierba. En tan estricto ámbito, las cabañas asombran por su aura, mientras se derrumban las casas nobles
y los panteones chorrean infecciones del alma. Este área del grandioso vacío, esta penumbra cósmica
en la que se aúnan la miseria y el odio, universo escuálido y glauco dejado de la mano del tiempo.

Di ahora: el universo es un patio miserable, un cuerpo extraño
cargado en parihuelas por el campo. Los muchachos aguantan el peso intolerable de la física, el peso
permanente de la ética endurece sus músculos. Ella que todo lo ve. Ahora se ha desarrollado, ha ensanchado
su nariz preciosa y ha endulzado sus labios, su piel morena ha adquirido el tono del jarabe,
la miel del caramelo y el suave aroma de la persistencia.

¡Qué bonita! avanza, corre, surge entre los tallos altos, cruza el riachuelo con los pies descalzos y se moja
la cara que brilla como un orbe. Su casa está en el límite, y del hogar en ascuas brota la fumata blanca, el humo sacro
que perfuma los sueños. Soñar es fácil, tanto como imaginar un mundo menos torturado, apenas libre,
digno de su hermoso desencanto.

Continúa el esfuerzo bajo el sol inclemente, bajo la trata del sol, el maltrato del fuego. La risa se ha estrellado
contra el vuelo de los brazos exhaustos. Las amigas cantan en voz baja y el universo se abre hasta engullir
el sonido del arpa que manejan los ángeles, el secreto murmullo de los violines,
la parte rigurosamente cierta de la realidad.   


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