jueves, 24 de septiembre de 2015

germanía para la distancia


Frecuentar los extensos dominios de la nada,
saludar a sus príncipes
y no maravillarse.

Un relámpago es un trámite más alto, simplemente. Será que en la llanura
han crecido los cielos hasta
algún otro mar (algo salvaje). El cielo se ha comprado una bandera
hecha jirones. Hay que sofocar el polvo que se enmaraña al paso de la hierba, fructifica como un cereal
sediento de fragancia. Ruega la lluvia un nuevo atardecer soñado,
el peso de la roca sobre el alma, tan natural.

Todavía se siente la penumbra; ella la siente pero no le importa creer en menos luz. Es eficaz
ese pronunciamiento, y necesario. La luz está sobreestimada entre
los ojos. Secuencial, el blanco y negro no oprime tanto, presta
alejamiento y perspectiva, surte una cascada de presencias espectrales que parecen llagas,
y lo son (en última instancia). ¡Ah!, cuánto misticismo en una palabra,
un récord en francés, dicho así, a toda prisa, masticando el sonido hasta que duela y se comprometa.

Que sea comprensible, como el francés: mon dieu.
El verano quiere ser aprehendido en toda su viabilidad, procura ser visible más allá de septiembre.
Esta naturaleza cobarde pretende escapar de sus jardines, ¡oh, Babilonia en ciernes!, ilesa
aún. Nadie ha olvidado el nombre de los árboles, es una falacia, un tropo;
también las niñas lo cantan
e incluso el viento coordina su salto con las flechas lejanas y los nidos recién abandonados. 

Será que ella ha paseado su luz por más ciudades,
ha burlado la Historia
para renacer al filo de la madrugada en un lugar prohibido, mítico su pelo negro, blancas sus manos de artista,
oscuras manos de princesa efímera dotada para el arco iris
o el Amor. Una copa de vino turbia como el azul del infinito, un par de besos suyos
sobre aquel terciopelo del silencio.




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