miércoles, 14 de octubre de 2015

F también es un nombre completo


F no es un nombre perfecto, no es un nombre escolástico (aunque tenga preferencia).
Porque F no es solamente un nombre, F es una muchacha que posee
el lustre de la juventud: llama que no se extinguirá jamás. Su belleza proviene de un lugar
salvaje al sur de todo el firmamento, extenso sur sin principio ni ártico. La nieve es difícil allí, se pronostica,
se mastica, se escurre entre los dedos del ansia, ni siquiera comulga con el frío; allí la nieve
es un detalle (ensordecedor).

F camina, baila con una chispa sobrenatural. Su nombre es tan hermoso como el vértigo,
es un nombre a un kilómetro del suelo, cerca de las estrellas. Se llaman como ella: Sirio, Betelgeuse, Adhara. Hay diosas
que responden a nombres menos altos. En escena, F se agranda, parece un mástil,
sus ojos abanderan una rebelión. Esos ojos feroces para el beso,
fieros ojos nativos, hondos como la tempestad. En una mirada así se acaba el tiempo, la vela del cumpleaños se agota,
los días desaparecen de su hilera, las horas amanecen a cualquier hora del día, la tarde
llega tarde a su pecado, la noche no renace hasta que muere.

Cuando canta, se refiere a una mañana perdida entre recuerdos, un párrafo de infancia,
nada menos que el sol que viene a darse por vencido ante su rama
pura de jilguero. Su risa que salta del espejo a la ventana blanqueando el cristal. Su mano limpia y morena
que adecenta rosales y remonta el jardín, muda y romántica. Hasta el parque.

El parque es un contorno. Es un círculo entero, eterno, sin sendas especiales,
donde el espacio transcurre en la corteza de un árbol y las hormigas pasan regando de alegría el aire. Amplio
escenario para el trabajo y la dignidad, para el estudio y el fortalecimiento
de los corazones. Su corazón como una roca blanda, un caramelo de fresa, la rosa misma
hecha de constancia y fuego. Sus labios habituados al prodigio,
llenos de alma como palomas serias.

Se libra del exceso y fuma con recato, sus pies anudan un camino hacia el mar. El suyo no es un nombre
que se pueda ocultar tras el silencio. Serenatas de luna rodean su garganta; una nube
progresa para ella sobre el cielo mortalmente pálido. Sus caderas consienten el deseo, contienen brisa, una brizna
de la luz que arrasa el horizonte. Donde lo ordena, el desierto termina y comienza la playa,
grifos de espuma, húmedas columnas que sujetan el cuerpo de la noche; es la fiereza de su clara soledad
haciéndose eco de todas las sombras, de toda la música que fluye por las venas del mundo.

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