viernes, 27 de noviembre de 2015

mentes revolucionarias


El paisaje se mueve, es el bosque de Birnam; el poema es un distanciamiento, ni es inmenso
ni abarca: foto fija que arranca un segmento de color sufrido. Ni representa.
Su representación es tan parcial, pacata, escasa. Al dictado se escribe mejor. La mente es el dictador;
la mente que es totalitaria y ordena a su lacayo. Toda mente es fascista, todo pueblo es estúpido también. El paisaje
se reinventa sobre esas certezas con innata precisión.

Ah, pero están las mentes revolucionarias: Gombrowicz, Sarrazin o Henry Roth; otros
tantos encéfalos ardientes, relatos escogidos, historias de ciudades incontables. Doscientos grandes escritores
escriben sin parar sobre NY: se muestran encantados de ofrecer sus versiones,
se versionan a sí mismos en diferentes egolatrías, la playa, la ciudad, los muelles o el parque,
menudo parque. Un rastro de violencia que se va dejando por la acera
para que lo siga la chica del milagro.

New York es un clásico, destaca entre los grandes temas, los cuatro o cinco temas acuciantes.
Danilo K. no hablaba de NY, tal vez no estuvo ahí, ni pateó las avenidas luminosas como cruces encendidas
a la puerta de la iglesia. Es posible que Danilo jamás abandonase la perrera (puede ser).

La prosa debe modernizarse, sin embargo. El paisaje necesita una remodelación, alguna esquirla
o algo permanente; voluntad de permanencia en la retina del espectador: eso es. El cerebro integrista del lector
enseguida quiere mandar en el poema, lo relee y lo interpreta, se lo come
con buen apetito, se bebe la última estrofa hasta los posos del café, eructa sin control
una crítica adversa. Porque está en crisis.

Las mentes revolucionarias disfrutan del paisaje conformista y lo calcan, lo recalcan, sobreimprimen su mensaje
de alerta en mitad del lago (del parque central). Ahora todas las ciudades caben en NY,
la calle donde ha nacido el poeta cabe en un renglón del Bronx. La verdad es que hay que matarse por un minuto de fama.
Hablar de libros. Los libros pergeñados a escondidas de la mente, revelados por un dios
ascético y militarizado.

Resulta que el poema es judío y afroamericano, un taxista de origen desconocido.
Su idioma revoluciona el paisaje, desmonta montes, fabrica árboles sin patria, hasta una nube gris.
Todas las heroínas recorren la escena; sus cabelleras negras oscurecen el mundo, pero brillan. Azealia hace mutis por el foro.
Janelle baila. El poeta se ha vuelto loco para encontrarse la voz.
Ha oteado las avenidas desde un globo sonda imaginario.
Es el paisaje que salta a la vista, tan lejos como una galaxia siamesa, hermoso como un desfile de ataúdes.




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