domingo, 22 de noviembre de 2015

plenitud


Está en los ojos. Hay una virtud en la belleza. Todo ocurre sobre la hierba,
también la sangre. La palabra ha conseguido hacerse un hueco
en las miradas, ha logrado una instantánea del pensamiento, es decir, de la reali¿a¿.

En realidad la luz es la más hermosa: cuestión de velocidad. En la sangre todo ocurre deprisa, la circulación
y los derramamientos. Nada más hermoso que una gota en el pecho, en la camisa nueva,
blanca, una rosa perfecta hecha de espuma, un disparo en el centro de la noche.

La noche ha dejado de cansarse y se ha ido a la cama sin cenar. Oh, Luna. El firmamento consolida
su atómica distancia, se oculta de un plumazo, de un vistazo se aprehenden sus marcas sustantivas, sus espacios
vacíos y su misticismo sectorial. Qué música desprenden las estrellas, tan lúcidas supervivientes. Parten dichosas
naves hacia diferentes sistemas organizados en láminas de vida. Es un futuro atípico, antrópico,
desigual, donde los robots acuerdan estrategias y los pájaros colonizan árboles sin rama. La estación
espacial se ha quedado pequeña para tanto astronauta convencido, gente de todos lados
que arrastra su pequeña ideología como si fuese una maleta de cartón.

Hubo un tiempo -se dirá- en que la poesía era fuente de conocimiento y la belleza transitaba
sus mejores pasajes, acribillada a versos y monedas de oro. Las personas componían odas al talento y la gracia,
se acomodaban en los restaurantes antes de la masacre. Fue el cine o la televisión;
algo tuvo que ver con una cultura que enfatizaba la acción sobre el circunloquio meditativo. Los felices
grababan sus instalaciones como sus automóviles, generaban tamaño
y satisfacción. Qué beneficiosa sintonía nacional, que intercambio de pareceres y celebridades, de alegrías y canciones:
estaban Rapsody, Janelle, Azealia y el KRIT, Nas y su prole de internautas.

Jessie había concedido el milagro de su voz sin demasiada presión. Su alma
reventaba de misericordia como en un extraño cóctel. En medio de la hierba, su palidez impresionaba, su rostro
impresionista alzaba un ramo de pestañas, sus piernas nivelaban un lazo de promesas. Miró entonces
a la derecha del libro y se escuchó una detonación declarativa, un exordio magnífico, la rima
por encima del aire, del mar y la costumbre; mudó en algarabía el silencio, bajo la tierra
las raíces se contaminaron de furia y egoísmo.

Ella con su karma, suficiente materia para una industria del deseo, su materia que es sueño
y bondad. ¡Cuánta esperanza pudo acumularse entre sus labios! Paseaba a su mascota terrible
y los poetas escondían su angustia para dedicarle una sonrisa oblicua. La policía no paraba por ahí,
ni siquiera los gatos ofrecían su ingenio. Humo y elocuencia, solamente. Un pacto espiritual
entre el hueso y la carne con la sangre de impávido testigo.




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