lunes, 21 de diciembre de 2015

círculos de poder


Cuánto poder. La calle es un reino demasiado real, necesita una dueña forastera y sutil,
la presencia de una mente furiosa, permanente. Deidad sin tacones de aguja; calzado peregrino
para reactivar sendas largo tiempo excluidas, caminos de salud
recorridos de viaje, a pie desde la noche hasta el espacio rubio de la aurora. La piel de la belleza en un tono mayor,
mejor que la madera, una insinuación, la probabilidad constante de una rutina feliz. En el fondo,
la gente del parque espera la corona con ignorado respeto; el negocio decae
y la música del viento no basta para insuflar vida al golem ni para abrir una casa de empeños
donde repartir fortuna y hacer un teatro respetable.

Ahora nadie representa. La política de las viviendas más allá de la autopista adolece de una violencia
fanática y mortal; las chicas han puesto un anuncio por palabras pidiendo negociadores expertos,
las palabras fueron un problema porque el código estaba reservado para el trabajo, la ración diaria de experimentos
literarios había sido consumida por los poetas nostálgicos,
que desentonaban en cualquier proceso. Los poetas dictaban incongruencias, frases periódicas,
llamaban verso al primer despiste o licitaban miles de cuadraturas circulares hechas a mano
-realizadas en serie- como antídoto contra la mediocridad.

El teatro es perfecto para la princesa, que dramatiza su situación y su andadura
vociferando un poco hacia las masas sacadas de quicio por la obra. Ella huye de la crisis en un auto
romántico conducido por héroes del pueblo, con antecedentes
pero amoldados a las circunstancias. La tierra es suya, el tráfico, los minerales auténticos, algunas joyas
de la familia. Sin armas, con la única fuerza de su mirada, su responsabilidad y su palabra nueva y educada en el arte;
una guardia infantil autorizada a evitar su desarraigo, a seguirla por el barrio y sus mansiones
ocupadas, sus kilómetros lisos de metal.

En un mundo paralelo a la historia se especula con el precio de la hierba. Pero aquí las plantaciones
inundan los jardines, los bares están desarrollando una introspección paulatina, jurídica, se protegen de los vaivenes
legales, son casi entes administrativos que ejercen su labor filantrópica entre la fauna
de los desposeídos, actos no gubernamentales en cascada, lecturas de manifiestos
manifiestamente indetectables.

Ritmo y pulsión; se hace saber que la muchacha era un colector de ritmo, recolectaba
ruido y ofrecía conferencias, circunferencias a veces trazadas a propósito como estrategias con sus coordenadas
y sus cementerios de elefantes. La pobre estaba podrida de dinero, coleccionaba dólares falsos, dobles nacionalidades,
doblajes de película. Su casa era un museo de reflejos, un formidable
registro de relojes alados. Ah, y las montañas de oro refulgían atroces, sombras puras de la claridad solar,
melodías nacientes como estrellas en los albores de Andrómeda.  




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