viernes, 4 de diciembre de 2015

de vuelta a la ignorancia


El poema vuelve sobre sus pasos. No para recrearse,
no es exactamente un déjà vu, es un momento de pánico antes de entrar al agua; como el niño
que se asusta de las olas, retrocede el poema un trecho hasta su posición anterior. Su forma
echa de menos la magia. El milagro se obró delante de los escépticos,
de los gentiles, que no buscaron piedras ni tomaron las armas, lo dejaron pasar. El poeta no. El poeta ha sentido
un apagón, un agarrón, ha sido avasallado, enganchado por las solapas y zarandeado,
vituperado incluso por el recuerdo, la frescura inédita de la fantasía. La canción
ha franqueado la aduana, la cerca electrificada,
concentracionaria, se ha inmiscuido y ha logrado internarse en la mente prodigiosa del poema, la mente
que soporta la mofa del público, la generalidad de las emociones negativas.

El pobre poema pobre que bascula en su columpio enamorado. El poema que se enamora de la chica-milagro
y está obligado a sacarla más favorecida, más encantadora, más. Aún. Todavía
no es bastante esa llama en los ojos, ese tono de piel, ese esmalte de uñas, rojo como una comunión. Las pestañas
tienen algo que decir, hablan de la primera noche, cuando empezaron a soñar despiertas como
familias sin honor, en la estacada.

Se produce un desmembramiento lúcido en versos o secciones rítmicas. En el árbol del jazz
resultante al recitado mental, inherente a la manera en que la sombra accede a las partes menos evidentes
del lenguaje, las zonas intuitivas y menos seguras donde las asociaciones ilegales
cohabitan con el fondo de un amor barato, crece un alma descalza -como sacada de una foto de Walker Evans-
infectada con el virus de la vida eterna, siempre hambrienta. En el espacio
propicio al crack y sus lesiones, precipitado en el barro, ajeno al sol.

Para el poema, es mucho cielo. Si esta chica especial no ha escuchado nunca Sweet Talker
ni ha tropezado en su pulcra factura, su destello y su seria, acrobática línea y, no obstante, ha sido
tan capaz de volar un globo con los labios vendados, de subir por la escalera de incendios
y bajar de un salto mortal. El poema regresa porque es su deber (nadie se lo exige); retoma las huellas en la nieve
blanda, se esconde en la palabra de aquel hombre sin pan. Así se restablece,
se ofrece una reacción más interesante que la divina pauta, superior al orden del día de los ángeles o la intransigencia
de los seres completos. El nuevo mundo angustia, provoca sudores fríos, palpitaciones y retornos,
agua la fiesta de la poesía débil, la que intenta y fracasa en la intentona, la que se demora
en exégesis, continuamente hablando de sí misma con tan escasa
elegancia y tanto acierto.

Ah, el poeta fracasa, falla y se concentra en su debilidad, en su endeblez; es el favorito de la muerte, busto
ideal para el autor surrealista. Ya se acaba en su lectura fanática y escasa de aquella hermosa Emily D.
La ignorancia es el arte. Sin decisivas fórmulas, y sin ningún poder, es posible anunciar el desacato perfecto,
la perfecta insumisión que ejemplifica la magia, el rechazo a las leyes de la crítica pura, la noble
física y su patriarcado. El poema torna al eco de su íntimo silencio,
a la frase corta recogida en el libro, al mar del que surgió
cuando la luna perdía lágrimas de oro y la felicidad se explicaba en la carne de una aurora indiscreta.




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