miércoles, 16 de diciembre de 2015

debutante


Hubo un conato de silencio. Nubes, arpas, ¡toros! viajaron por su sonrisa dulce
ensombreciendo el paraíso. En un tris su cabello de parecer anónimo, otra cortina de luz. Sus labios,
misioneros en un planeta antiguo, aves delicadas.

Un mensaje, ¡qué triste!, dedicado al orgullo de la soledad, su biblioteca inmensa
acartonada de títulos sin fama; oh, letras de oro, mentes integrales convocadas al tedio,
madres dolorosas. Interrogantes y despertadores, dementes jueces de instrucción. La verdad se escapaba entonces
por todos los flecos del pasado, se ocultaba entre las faldas de la pérfida memoria,
abochornaba a sus adoradores y a sus protagonistas.

La ucronía dibujando un beso en falso en la mañana turbia, mostrando, impúdica,
su faz bienaventurada, lo que pudo ser. Y no hubo más silencio que aquel plagado, plagiado al desencanto,
aquel dinero negro tirado en medio de la acera, en medio de la noche como una infame sorpresa, el desarrollo lógico
de la impaciencia y sus oportunidades. La voz y la sirena, y la luz que avanzaba
kilómetros por delante de los hechos, convergía en la redonda estafa del recuerdo,
su proyección artística.

Natural que el poema fuese poco para ella, desordenase su encanto
en tal estilo; pues lóbrego y despreciable, un sintagma detrás de otro inacabado, ni legítimo, nada intenso;
ojos que habrían arrollado mágicos semblantes, dictado sus mejores obras ante algún monarca indigno,
ojos dramáticos acostumbrados a la mala racha de las ovaciones,
el fastidio de la reputación.

Su voz creaba atormentadas lunas, los espejos resplandecían en vez de dar calor; un buen
rayo directo al corazón; ella y sus relámpagos abrumadores
inscritos en la piel de una imagen consciente. La muchacha que era pero divinizada, estilizada,
dotada de una sombra hermosa, su pensamiento orquestado por una rebelión de amaneceres, una tromba de rápidas auroras,
un pronunciamiento de las flores. Al límite de dios, donde la llama surge y asciende íntima
hacia la forma pura y su proceso extravagante de reconciliación con el deseo.

Roto el silencio por la mera ilusión de la corriente, su staccato mineral, atropellado
en su lección de baile, un vals articulando tintes góticos y un frufrú de seda floja sobre la pobreza del espacio,
su ausencia de reconocimiento. Sábado y todo destinado a la ruina, el severo batacazo del amor
sin audacia ni crédito. Solo un puñal para resistir el frío,
un trato de sangre para darse a conocer entre los muertos.






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