domingo, 10 de enero de 2016

brumario


Ese trayecto puro,
suyo, la pasarela del ritmo, esa quietud exasperante de su movimiento. Su naturalidad más allá
de la armonía. Gris a su lado: ¡saluda a cámara!

Música derivada de una furia metafísica,
fuerza y color pudriéndose en la batidora. Un salmo estropeado
sale de los altavoces del mercado central; puestos vacíos, carne en los huesos, calamares en su tinta.

Jordan tiene el antojo de un bocadillo de calamares
a la romana, de lo que no hay. Ha captado su esencia derribándose como el muro de los Floyd,
deconstruyendo el plano de su existencia cómica.

Por los árboles, ardillas que irradian voluntad; se pone a prueba la simpatía de la naturaleza, su docilidad
y su arranque. Alguien imagina el mostrador del banco y en su extremo
bandejas de comida, platos de alta escuela hipotecados por los mejores chefs de la prisión. Orden,
seriedad, en fila india los adultos, los niños en sus mesitas más bajas
sentados en torno a una cazuela de sangre.

Tanta música que sale humo; a masticar acordes. Meteorología tipo BrumarioDireStraits, nieblas elegantes de año nuevo.
La ciudad ha escogido esconderse bajo el sol, todo son escaleras
mecánicas lentas como escorpiones junto al mar, ávidas también de su media pensión. Jordan finge cansancio
para derrotarlo, tuerce el alma y se acomoda: ha mejorado el menú desde que Jessie
sonó por última vez.

Dentro de los soportales, en el espacio grotesco y monacal de la plaza, se hace la luz. Está Francisco de Asís
contemplando un mosaico de fauces llameantes,
Juana de Arco midiendo la longitud de su espada, Teresa en un rincón.
El ejército defiende incluso un ramo de rosas (según se mire). Jordan puede mirar ahora que no hay caballos por el aire,
que corre el agua y el acero del jardín ha regresado a su paleta,
ahora que hasta la tierra huele a pergamino. Hay una historia,
¿por qué contarla si no se puede olvidar?




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