viernes, 15 de enero de 2016

mississippi


Mejor no contestar al poeta. Hacer como si no. Tentarse las vestiduras,
archivar las palabras en un distrito lejano, un pasillo del monasterio. Jordan lleva encima una biblioteca
de respuestas invariables, un vademécum de silencios prescritos por un monje en equilibrio
crónico: El Último Nota y su nevera espacial.

Siempre en ascenso, pero el cielo ha muerto hace un segundo y su cadáver
nieva lentamente sobre los océanos. Desde la cumbre se divisa un camino, la frontera, una elegante
bandada de cuervos. Comienzan a abrirse los ojos de la noche y el poema se ausenta
como en una genialidad de Adorno. Ah, pero los genios son retóricos, olisquean la gran literatura en el vacío,
frecuentan antros hogareños, copan el medallero y fracasan con cuentagotas (y mejor que los demás).

Jordan –cercada de perdedores– hacia arriba en la escala social, ninguneada por los pinches de cocina,
odiada por los camareros. Su discurso entregado al paisaje,
máster en oratoria, predominio léxico y técnica vocal; premio de la crítica vecinal
y el diario de provincias por deletrear a toda hostia Mississippi-Missouri.

En órbita, en alas de un pegaso bicéfalo, bucéfalo, animal descollante
más que Gris. Ella, que ha sufrido las visiones de Sternenhoch, rapeado un epitafio celeste, es un pedazo de pan.
Rubrica el contrato del siglo, firma el contrato del siglo: incumplido, roto en mil auroras de cristal. Demandada
por arte de magia ante la corte de los milagros, absuelta, en todo caso,
merced a un defecto de forma. Entonces, refractaria al poema y su estilismo, su gollería
y su acento: pues, ¿no ha de ponerse el acento en esta circunstancia de que el poema excluye?, se vocea y excluye, se recita
como una bofetada limpia, ¡ese sonido tiene!

Gris ha ladrado interrumpiendo el recital. Los chavales aplauden. El poeta rechista.
Tanto humo se fuma las palabras. El aire está de más; Jordan y su mascarilla made in japan. Sabe
que el asma es trato de escritores, una enfermedad argumental. Se lía un cigarrillo y manda al carajo toda la distancia;
sueña con la realidad y despierta al primer trago de otro poema de amor.




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