viernes, 19 de febrero de 2016

domingo tan feliz


En el espacio está la llave. Menos es más. El vacío es un ente acogedor, invencible vacío. Caminar por la calle
desolada y sentir el asfalto, la mirada del aire; irrumpir en la plaza
como en una sorda esfera y comunicarse, representar
el extravío, irse de la soledad a buen paso: hacia el comienzo.

Estaba sola en la plaza –Jordan– en su mundo a su estilo; fumaba con languidez elemental,
que es lo mismo que decir con delicioso aspaviento, elevación. Los pájaros miedosos se posaban
sobre su corazón de alondra y un arco iris flotaba en la rendija de sus labios. ¡Qué humo de profesión!
¡Qué frase! Lanzaba por la boca un verso anónimo:

             El Arca vacío su entraña nebulosa
             descargó sus mensajes en la playa violeta
             la tierra acoge la felicidad del trabajo
             se cubre con un lento regocijo de faisanes

Mientras, en el teatro, oscilaban las luces entre la fantasía y el éxodo. La bailarina
sudaba su talento; cuánta angustia prendida de su acabado giro, de cada pirueta, cada verbo. Acústica furiosa,
la cúpula anhelaba el escrutinio de unas alas capaces.
Los ángeles deben arbitrar un estado litúrgico, literario en el peor sentido, han de inclinarse
ante la risa del pueblo.

Jordan era feliz cada domingo. Jordan –que era feliz hasta el domingo–
sabía que todo alcanza su abrupto final. La imperfección condiciona el ánimo, se arregla y reclama su forma. Cualquier
clase de sueño conduce a la desesperación. Altamente recomendable es la impavidez
que conserva su encanto disponible incluso en el sabbath. Cuando se entromete el cuerpo impuro en la revelación
y el amor discurre la manera de desinventarse, de desaparecer dentro de un globo de salvaje colorido.

Ha reclamado el arte su presencia y ella no puede negarse a renovar
la sombra fugaz del exorcismo. Hay un experimento en marcha que pretende lograr la transmutación sin una gota de sangre;
su nombre en letras de oro, hexágonos dorados. Aquella marchita poesía que recitara el maestro
era otro símbolo y señalaba claramente la senda del fracaso.
Llegado el día, la belleza concitará su tornado glorioso.
No hay duda. Y tintinearán las alhajas de entonces con estrépito de estrellas
como si fuera el cielo a desgajarse de la noche y el arrullo del tiempo estuviera repleto de locura.




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