jueves, 25 de febrero de 2016

eternamente


Ella es un alma en su interior. Así camina. Finge caderas, hombros. Su carne es alta,
pura de los pies a la cabeza. Quién no la ha visto entrar en el portal, subir a saltos la escalera,
asomarse a la ventana y sonreír; ellos la ven salir tan tarde vestida de hada buena, toda de negro
como un panal de noche, como una fuente mágica.

En el fondo hay una luz que transmite confianza. Azealia era un ángel vestido de turrón, Janelle
llevaba faldas cortas rojas como el aire de detrás del ocaso y bailaba
con un secreto entre los labios.

Polvo y fulgor. La tierra responde y su lengua es un diamante oscuro;
la naturaleza imita al sueño, por eso no se puede soñar eternamente. Jordan se ha comprometido a obrar un milagro
cada vez; su esencia no se agota en la batalla ni disimula su esfuerzo. Descalza,
recorre un valle de luna y se apodera del viento, mueve los hilos de la lluvia,
desciende un paso roto.

La nueva chica milagro es la de siempre. Difunde una letanía jovial y las mujeres la escuchan
detenidamente. Por fin, se inicia el canje, el intercambio sonoro, su voz
aterriza en la base del cielo, paraliza el eco de las sombras. Ha citado un arco iris de nación desconocida:
la adoran en silencio. Ha convertido los motores en bruma, el asfalto
en una pista de sangre.

Ningún alma a su altura, ninguna en su proyecto. Ningún alma olvidada en el tintero acumulando
siglos de espanto. Un punto de ausencia por el mundo, amaneceres soleados,
vírgenes, deliciosos campos rubios que invitan a una muerte apacible.

Jordan y su corazón que sangra de puntillas, se acerca a la montaña, ya paladea la cumbre
nevosa y última, el demacrado vértigo y la sed
que solo dan los besos prometidos.

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