lunes, 4 de abril de 2016

viene el ángel


Dudas ideales cabalgan a lomos de un huracán novísimo,
la espuma coquetea con la histeria; vaharadas de cielo conspiran
para laminar el horizonte. Qué contaminación del pensamiento toma forma
hasta los pulmones del océano, que no es posible desprenderse de ella.

El pasado sobre un trípode filmando oscuridades. Esta cámara que alumbra más que la aurora de mañana,
idónea para el sótano maldito, tragadora de sombras,
monstruosidades y pan. El pan está borracho o es una boutade (donde haya un microondas está bien).

Angel sí que obra milagros para la galería. Ha sobrevivido a varios comienzos accidentados, varios túneles,
pervivido a su propio estómago –como si dijéramos– a su renuencia y su ser feliz.
Mejor analfabetos que reyes o poetas. Ella accede a otro nivel, pasea su importancia con un husky deportivo, ¡qué antifaz!
Su monotonía no es de hoy, sino que antecede y cede su asiento en el metro
a una madre con hijab. Lástima que el metro no funcione desde la última huelga.

Plástico en vez de mar. Sangre en vez de lágrimas.
Ponerse el escudo en la cabeza, un escudo de lágrimas, y esperar a que escampe el aguacero,
a que se derritan los tubos de neón, se sumerja el escándalo en sus enormes proporciones; alguien ejerza su potestad
terrible y fustigue en vano el rumbo del martirio.

Qué música flamante; es la banda sonora de la hechicería. Una niñez sin equilibrio
y volver a vivir en el secreto, dentro de la materia propia del olvido, sin confianza. Comentar con la araña
los sucesos del día y notar su escarceo permanente, compartir su agónico descanso.

Viene el ángel –dice quien lo ve. Angel está en la ciudad, de paso por el parque a ver a los amigos
que han caído y a los que siguen muriendo. Por norma esta es la ley: hay que ceñirse.
Todos autos de choque, problemas en el paso de cebra,
derribado el semáforo como un arbolito de navidad. Nada más que un ciprés organizando la vida aérea de los príncipes:
así ofrecen su pecho los profetas.

Al mando de este día glorioso, una luz preventiva, forastera
en la jerga de la náusea, todavía pendiente de ser asimilada. Ojos que observan a ras de tierra,
desde el fondo de la tierra, bajo las tumbas en un remanso de paz.




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