lunes, 25 de julio de 2016

toda la antártida


No necesita el plan de su linaje, la trama de su alcurnia; oh, en otras latitudes,
orladas de catedrales como marcas de viruela, edificios grotescos,
se conoce el patrimonio lírico de la princesa Azealia: ha oído hablar de ello. Jordan tiene veinticinco años, al parecer. El poeta
no tiene edad, carece de complementos, ha soslayado ese viaje. Aquí el campo se superpone sobre
el resto de paisaje, aquilata nubes y destruye cerros mercenarios. La historia desaparece al instante,
cede el paso al icono de su poder, la etiqueta de su trato.

Quién tiene razón. El verso ha venido mintiendo desde que el mundo es. El parque es un punto
negro donde se aparca, donde la parca, donde la porca vida se materializa
y los libros cobran gran interés, delimitan el ansia y verbigracia. Volar es positivo,
dominar el territorio como un colono americano, hijo de la caravana. Se suceden kilómetros de hielo,
incalculables fortunas. La propiedad de la tierra fue abolida por el tiempo,
las bombas de racimo y las minas que socavan los linderos, delimitan esta zona de guerra y el espacio
desde el que se alcanza a escuchar la música maestra.

Hay un DJ que ha bajado del cielo en un caballo blanco: su heroína es la mejor del pequeño
continente. Delante de su choza, una cola que da la vuelta a la manzana en ruinas; en realidad, la ciudad es solo
señalización, se ha reducido, hay un reduccionismo urbano diseñado para la pobreza
y la reacción. Jordan vive debajo de: un puente, un campanario, una familia de emigrantes cordobeses. La gente tira
la basura al suelo, pero ya no hay materia desechable y todo es ecológico y económico a la vez.

Se les llama la atención. Y sacan la pistola o el machete. Es mejor dejarlo correr. De hecho, el río corre
que se mata últimamente, se ve que ha llovido demasiado. El poeta dice que caerá un diluvio y toda la Antártida
se echará encima del paseo marítimo como en una nevada del siglo neoyorquina, de esa manera silvestre. Los traficantes
cordobeses le ha robado el caballo al DJ, que era un ángel sin medida,
sin memoria de su cadena de mando. Ahora venden barato y han iniciado una confrontación
suicida con las chicas del otro lado de la calle.

La poesía entretanto se entretiene con la ruta monástica, el retiro voluntario de Azealia o su manifestación
menos lumpen-proletaria. Se ha hecho mayor y su leyenda monotemática inunda los pasquines y las fosas comunes,
es trending topic de los cementerios, majestuosa y marmórea. En esta masa ínsita
del campo, tramo del parque, park avenue o lo que sea, como quiera llamarse: paraíso, roca lunar, armónico ditirambo
nativo, hábitat, los versos encomian su trayectoria; los besos son detectados por una máquina
inflexible, un acelerador de sensaciones. A Jordan le atrapa la faceta simbólica de la princesa, su resto
al segundo servicio, su abecedario capitular, ese lanzamiento curvo con el brazo
armado de la ley. Ha de reconstruirse un mausoleo estilo Mao, con el cuello mao y la revolución cultural en su apogeo,
tarta de frambuesa para el té de las 5. Sin zombies ni palomas mensajeras,
y sin fatalidad arborescente.



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