miércoles, 16 de noviembre de 2016

DJ con trenzas de satén


Sobre la caja de pescado, fruta, la caja de madera,
a la vuelta de la esquina, en una encrucijada. ¿Quién dice que no se pueda hablar? Hay un iceberg en la puerta,
llama a témpanos, réplicas de hielo sucio, pero tiene un discurso para cada ocasión.

Desde su breve arista, Jordan se explica, se explaya, ¡nace! Y su renacimiento
es fuente de tragedia, fuente de paz, pues de su angustia mana un sentimiento acorde con la suave
luminosidad de la mañana que empapa los cármenes de savia mineral. La depresión
acude –como suele– a su cita con la historia, lleva unos jeans raídos
y parece flotar tan vírica y contagiosa.

Un DJ parecido a Jesucristo: no. Una DJ con trenzas de satén y Jordan absorbe el núcleo,
difiere y se arranca como si fuese una rosa de postín. El camarero sirve un tequila. Se celebra con un tríptico,
(la pintura renacentista adecuada, donde todos los modelos pertenecen al futuro),
su carne exprime el secreto de estado de los acontecimientos, sucede en una sesión particular.

Jordan se materializa dando pábulo a los inconformistas, gente que cree en una conspiración
maravillosa. Su disco gira en el circuito cerrado del amor, es tan poético que duele,
mancha la camisa blanca del poema. Cuánta voz
inmaculada visita la inflexión del silencio, se postula para el margen, termina
en el mismo lugar en que comienza una vida mejor.

La ciudad aborta la misión y se acerca hasta el monte, de picnic, extiende su manta a cuadros rojos y tan crudos, color harina,
cocaína y oro gris; libera un conjunto de nubes apagadas sobre la terminal del parque,
su redondez aguada, aguda, literal y poco menos que dramática.

Gente que grita: no dejan oír. Alguien se impacienta, escupe, invoca al dragón. La poesía
ha empezado a ser parte de la reacción y ya no significa espacio
ni se vacía como un cubo de arena de la playa, ni se construye como un castillo de arena fuera de la naturaleza. Ahora
enfila un rumbo enardecido, atruena. Está ardiendo –vieja cruz– está obrando un mar abierto
mientras excava con las manos secas, la boca seca de jamás reír.

El espectáculo es ella, que nada contra corriente, opina como nadie, tiene carácter y manufactura
criterios culturales con la solidez de su entusiasmo crítico; ilesa
crónica que merece vivir. Desde su atalaya divisa un roble, una serie de movimientos
del verso hacia la nada, caza besos al vuelo como si fuesen mariposas no identificadas, ángeles sin determinar.




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