miércoles, 2 de noviembre de 2016

el único contrato


Esto es amor. Reducido a diez metros de realidad; todo este amor cabe en diez clases sociales
de realidad, con sus pasiones y su mente en blanco, su tamaño.

En el club, la clientela asume su retorno o no es consciente, no tiene categoría
ni asciende a su significado. Ella voltea el escenario con demasiada pureza. Oh, experiencia debida a su control del ritmo,
ese imperio de la rima prensada junto al verbo en el nocivo instante de la fundación. El espacio
suena como una pandereta ajustada en el plato, la caja estorba a los bajos centrales,
los pájaros suspiran por su rosa minera de rigor.

En realidad el amor cabe en su misterio, en un desierto; es un reto acercarse por el aire, pisando
todo un espectro de almas agobiadas; consiste en una pelea de gallos por el cetro del rap. Ha de ser un susurro
religioso, dicho sea ante el altar, al menos ante un muro físico, alto y lamentable. Jordan ha visto el rabo del amor,
que es un guapo ratón sin copyright.

AZ vibra en el estómago de la mayoría, él sabe del amor y sus constelaciones, su melodía
rastrera, su ripio diletante. Hay una casa grande por donde se escabulle
el eco de una generación, parece algo marítimo que fluye hacia ningún lugar, otra orilla demasiado holgada para el soul.

Ahora el poeta no ve, sus ojos velados por una cortina de intimidad ideal. La música es un tramo
de la vida: se recorre a ciegas, a la pata coja, en un cadillac estropeado (al uso literario). No verla es el error
atómico, el más inexplicable fallo gris. Escurrir el bulto y darse brillo por una azotea de ensueño,
respirar el humo glauco de las chimeneas del opio, beberse un combinado de grog.

No es que Jordan no esté (en modo Tote King), no responda al amor. No es que su pecho
no duerma encadenado al viento, enmarcado en una suite nupcial. Que la red no haya prendido como un alud
romántico en su karma. Su acento contra el odio, contra el mundo que odia la felicidad tanto como acata la monotonía;
siempre igual, con el surco rodando entre las sienes.

¡Reina de la Verdad! Siempre igual, con el tiempo entre dos veces. Loca de amor. Esta maniobra
no funciona como debería; el poema se estanca, comienza a desprender
su voz entre las voces. Ella mira a la altura, lo que representa un cielo comercial. Retumban los bafles en su onda y la baraja
se corta limpiamente las arterias del trébol. Nadie sabe por cierto dónde queda el mar.
El sol es el único contrato, el único contrario a quien mirar de frente.





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