viernes, 20 de enero de 2017

destitución


Hay una soledad que escarba, viene de muy dentro
o de muy lejos; se nota en la serenidad de los paisajes que va destituyéndose, pierde
color en las tres dimensiones del pasado.

El parque no es ya una nación, tampoco representa ni decide. Las muchachas
latinas recorren la piedra nimia del sendero con una formación solar en la mirada, su frecuencia
aterra, sus manos vuelan como láminas de lluvia. El rap presiona hasta que abres los brazos y dejas
escapar un pedazo del alma colectiva, una ráfaga de expiación.

Jordan está y como si no. Tan guapa y tan de aquel
sueño, tan nueva y tan nocturna como un asalto a la comisaría del distrito,
tan literaria como un diapasón en la memoria. Queríamos un libro y ella tenía la razón, el pretexto
invencible, la imaginaria en ciernes sobrevolando su espalda victoriosa; y detrás un ejército sombrío, capitanes
abyectos, héroes americanos, camareros con tres idiomas y una maldición. Esto es el cómic que viene de contrabando
como toda la clase; y ella, con la clase y el verbo,
curándose de espanto en una viñeta genial.

Hemos visto al poeta echar el resto al son de una balada canina, el recuerdo de aquella exageración de números
musicales: chicas británicas asediadas por las injustas leyes del mercado,
invitadas a tomarse un litro diario de hip-hop
industrial. La Luna está mejor, Jordan, no pide tanto.

Esto es por ser chicana en el parque y no llevar pistola. Y no llevar dos alas de repuesto. Buenas
dosis de realismo salvaje, la religiosidad entre dos fuegos –ambos infernales. Cuánto profeta insípido;
antes encargados de gasolinera, espías del gobierno, antes víctimas de su propia ambición. Vas por el campo,
que se extiende por la ingravidez de las maquetas y la virginidad del cielo empaquetado, y le das
una patada al balón de oxígeno del gánster, le pegas un puntapié a la poesía
diáfana que pinta los relámpagos con la risa del cuervo; te agencias una rotación y escondes mil galaxias tras el vértigo.

Hay otra soledad que excava el fastidioso hígado
de los perdedores y se alimenta del éxito que suele preceder al arrebato. Pobre
poeta místico, ¡mira que creerse la palabra!, preso en el área gris de una melodía excelente,  
partido por la mitad ante la página alegremente impoluta, torcida en los renglones del odio.

Alguien ha saltado y aún no toca fondo, el milagro consiste,
pues, en ser testigo de la catástrofe. La gente aplaude y hay quien dispara al aire
con mala intención. Desde que los ángeles muerden el polvo como obreros, la pura voluntad ha caído en desgracia.




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