miércoles, 1 de noviembre de 2017

una lectura oportunista de la actualidad


El verso se declara
con el corazón hurgando en la cesura, su belleza indiscreta carece de elegancia; su tos, el pus que encharca
sus pulmones expresa un retardado silogismo. Antes de nada, Nova lee un libro:

descubierto en la biblioteca de Alejandría
hallado en las naves ahuecadas de maquinaria y ruido
sacado de una botella como un mensaje intacto.

En la actualidad –tan poco luminosa– las bibliotecas han dado paso al arte, los palimpsestos
conducen al precipicio moral de cada uno. El verso se declara
partidario: es un oportunista.

En las estanterías, el poeta busca
infructuosamente. Una parte de sí. La reseña radiactiva, aquel exótico paradigma, o el juego de palabras;
ácido consigo, admite el ninguneo de la crítica, la censura previa de los ombliguistas.
Suya es la potencia del cero (su infinita paciencia).

Hay un corte que procede de los bafles supremos insertados en la fachada del edificio principal. Incluso
en medio de la estepa, el parque resucita para presentarse
ingrávido con un rictus arbitrario, en una postura controvertida. Nova tiene que comportarse
así como en un relato del profesor Filifor, debe asegurar su forro de niña
con imperdibles o corchetes (es algo de los muslos, al parecer).

             La filosofía no exhibe el muslo prieto de la historia ni administra otra riqueza que su férrea ignorancia.
Ahora dicen que el arte ha sustituido a la inocencia, ha sacrificado a la literatura
en el ruinoso altar de su latosa fantasía oral (sin nada que perder). Las chicas protagonizan el éxtasis
correspondiente, leen de lejos
con auténticos quevedos no-graduados.

Nova –vamos a ver. Se harta
de construir fotografías indirectas, de completar las frases del olvido. Palidece.
Ha regurgitado un procedimiento escrupuloso. Su escritura supone de nuevo un formidable careo con la esencia
última de las exposiciones estatales y sus dichosos muertos conocidos.



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