miércoles, 6 de diciembre de 2017

el vacío de la rosa


El parque es el parque hoy, el árbol del poeta es un tronco pardusco y natural; la gente
sobrevive mirando de reojo. La poesía se ha dejado la ventana abierta y por ahí se le ha escapado la forma.
Creer en dios es un desperdicio –después de Carolina. El gran poema
americano pende de un árbol-espectáculo, se balancea como una obra benéfica. La poesía resulta un imposible
en todas partes; miente la crítica (que se escuda), mienten los lectores
ensimismados y lúgubres, mienten las personas risueñas que acreditan sus almas a destajo,
aleccionadas en la bondad de la literatura.

Ni siquiera la filosofía ha podido con el sello, ha conseguido soportar la carga,
el peso diferido de tanta gloria inversa y contractual. Una filosofía inteligente diría que: NS/NC. Sin concesiones
ni aspavientos, sin atajos hacia la libertad. El camino se alarga
jalonado de estatuas descompuestas, una infancia en el alambre próxima al infierno
cotidiano.

Compartimos la creencia en cierta manera estoica
de la porca materia, su concentración esporádica en fibras demasiado sensibles; esa precaución del ánimo que no distingue
apenas la rosa del vacío de la rosa, y no hace cuenta de la espina
sobre su trono de caricias y fuentes. Decimos que los ángeles. Son parte del entorno,
depositan milagros en las cuencas de los ojos, en los puños cerrados,
abren vías de agua bajo cruces y sogas, entienden de colmenas y de pórticos.

Creer en ella es el deber de la poesía más alta e imperfecta (si es que no existe fuera de la conciencia y el verso);
y los espejos son arcos sin fronteras, elementos atroces,
cárceles de un solo preso.

Veremos la belleza de los trenes, su cataclismo estacionario, ¡ah!, su invisibilidad. Solicitamos la mano del arte
–¡qué arte de pedida!– al efecto terrible de la ética;
cubiertos de andrajos, hambrientos, rogamos una palabra deteriorada y sórdida,
redentora. Nuestro cuerpo, ya que no padece, será puente de hierro, fábrica de estigmas, el holograma
antiguo de la indignidad. Nadie llega a ser eterno, aunque juegue al escondite con la sombra del diablo, y lea libros
sagrados y se deprima, a veces, ante los avatares de la vida.


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