jueves, 1 de febrero de 2018

cada ángel en su habitación


Descubrir un túnel, ferrocarril subterráneo hacia otra
zona liberada; pues la conciencia continúa su periplo urgente,
sin interrupciones ni tiempos
muertos.

El poema (¡quién sabe!) lo va diciendo, anda diciéndolo por la calle ancha,
subido al carromato de los enfermos, en la cola del pan,
está en la puerta del hospital gritando un nombre que no existe.

Porque nadie lo intuye, nadie tiene ese momento de lucidez y angustia; ese
movimiento de la sangre aterrorizada que corre y se detiene,
remisa como una respiración intolerable.

El cielo ha vuelto a liderar una revolución; ha sido mirarlo y desatarse. Ella ha iniciado lentamente
el escarceo, la levedad del cuello ha concretado su ápice, unos ojos han retirado su velo y la idea
se ha abierto paso a borbotones. Su belleza ha provocado el seísmo, la reencarnación de la verdad;
y hasta los besos parecían traducibles, legibles entre tanta poesía, alcanzaban potestad y régimen,
mostraban su intolerancia a la desilusión como dando un paseo por el parque debajo de casa.

Cómplices de la pureza, los árboles controlan una extensión viable de césped o inabarcable de Hierba
(que también vierte su voz histórica). Desde el sueño, Jordan atiende a sus héroes odiosos
y no es que no la atrapen, no es que no le agrade la pulcra cadencia de las bases, aunque prefiera un cuerpo a cuerpo
sin alma que ocultar.

Incluso el Ángel (Destiny) ha sido invitada a la consternación del paisaje; y no hay ocaso que lo ensucie,
ni frágil textura del espacio que no prevea una solución de compromiso. Cruza las manos, no en oración,
sino en signo y protocolo innatos, certeros e inasumibles, nada humanos; pero
sus dedos anulares, sus pulgares, sus corazones sin corazón, sus dedos pequeños y regulares que invaden la noche
de estrellas sin comienzo, que se recuperan después de la batalla y giran siguiendo un algoritmo de mediocridad o un número
bajo, que contradicen el principio y hablan de la sociedad de las galaxias, una multitud de planetas
habituales, todos repletos de habitaciones de hotel.

Chirría el universo entre la diáspora: Star Trek tiene razón; no solo existe una Vía Láctea,
sino muchas, cada una con su épica grupal, sus enésimos soles moribundos, su singularidad involuntaria.

Frente al espejo, la lucidez es un párrafo inexacto, la mirada, un tránsito,
un gambito de dama. El tiempo permanece y es lo justo, es un complemento acaso innegociable.
Destiny escucha el mudo crepitar del fuego y olvida para siempre que es un ángel, que la vida
consiste en apagarse y despertar sin miedo. 


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