miércoles, 28 de febrero de 2018

Jordan firma un poema de juventud



La acumulación de capital acabó en un estallido analógico,
la carrera aeroespacial, en un molino de viento.

En el apogeo de su belleza, Jordan define, interroga a la creación,
formula su pregunta, enhebra su palabra. Su poema le hace un flaco favor; contiene trazas del hambre que se pasa,
toneladas de ingenio, un despeñadero de talento,
un mar de estilo.

Es una contradicción en términos: no se puede ser bella y creer (y crear); dios no fabricó al Golem a su imagen y semejanza,
erró de pleno, diseñó un hombre, pero parió un ratón. No se puede con la belleza;
ser tan bella y andar creando universos,
polinizando como Hacendosita, flirteando por el claustro. La belleza
es a la juventud lo que la desdicha al encierro de la edad; todos desterrados como burdos estetas.

Ahora consentimos un cosmos barato,
desorganizado y en inútil expansión. Si las tierras vegetan y los cielos absorben
invenciones, detectan carámbanos gigantes, ponen nombre a los árboles del pan.

El poema de la juventud
abruma, procede con tiento y satisfacción, es un canto rodeado de flores rojas y parece una menestra de silencio.
La delicadeza con que se aborda la creación cuando nada
aún es permanente y la plana mayor del mal fario dormita ajena a la felicidad
del mundo.

En el crudo cenit de su belleza, Jordan insufló vida a una montaña, liberó un dragón de fauces
maternales, descubrió el ecuador de su conciencia. Oh, la monotonía es tan hermosa
que produce monstruos combinados, uno para cada mañana de ayer.



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