miércoles, 7 de marzo de 2018

breve párrafo sacado de contexto


Empujas la puerta del Parque, que es donde no hay,
que está en cualquier parte y parece una puerta acolchada y parece de color rojo,
de color blanco y parece que hayas entrado en el Cotton Club por la puerta del árbol. La música es el jazz de un estornino
robador de ritmos, el clima es tan ingenuamente perfecto/perverso, la hierba
encripta un torbellino de signos enjaulados.

La novela está por escribirse, está escrita en el cielo
mullido o en el cielo pulido del estanque, porque los ojos se reflejan, los ojos se pierden… El KRIT está
esperando, la gente del Parque no está sacada del infierno. Por ejemplo:
la novela contiene un pasaje estremecedor que visto desde una distancia
prudencial no desata un perdurable estallido. Digamos que el pasaje es un evento distópico-desagregador, o representa
un drama agrario condensador como el big-crunch, severo Armagedón, azaroso destino
de las burbujas de vacío descritas en el Vademécum (del campo) Escalar. Y nada ocurre, ni siquiera es precisa la devastación de la mirada,
ni siquiera carga el lector con el peso sucio de la desintegración y el jaque:
he ahí la aseidad de la literatura.

Porque no hay demonios en el Parque, solo ángeles descocados, áreas de hip-hop, chicas finas, hermosas como lunares,
rápidas como carros de papel. Mara y el KRIT pasan en un cadillac
virtual, despacio hacia la proximidad del horizonte:¡próxima parada, El Horizonte! La música se ha manifestado,
ha cobrado vida de jilguero con cuerpo de mujer. Entre la vegetación
resaltan varios sofás de piel helada, barras con camareros vestidos de frac, escenarios
vociferantes con ojos de latón. Los botones dorados de la noche apestan a coñac barato
y certidumbre.

Jordan aparece sin duda ni aparato eléctrico, no desea disparar a ningún ángel, solo quiere
beber y que la dejen, solo quiere un espejo que no sepa su nombre, que no diga su nombre como quien reza una oración
antes de tiempo. La pesca ha sido mala, la fruta está podrida y las manzanas
retan a la luz; hay que multiplicar los panes otra vez, hay que mirar afuera,
a las colinas que rompen la frialdad de la línea de fuego. El verso es gélido, no dice nada,
se supone una deflagración libresca y decidida, un ensalmo narrativo; al ángel se le gana por la mano,
con un póquer de seises y una buena historia,
no con un póquer de ases y una historia de amor.


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