viernes, 11 de mayo de 2018

física innatural


Imagen, física aplicada al pensamiento. La palabra se confabula con cuanto espejo situado en las antípodas
del pensamiento; en el tejado de la imaginación hay una confusión de pájaros
osados, un vaivén de cariñosas hojas canadienses. En el camino hacia la sepultura, las rosas vuelven la cabeza
para no ver el sol, las losas del empedrado dibujan un corazón (para sí).

Ella es el Ángel que todo lo desata, es la superviviente; ¿no tiene una visión por debajo de los ojos,
un escalpelo para abrir brecha en el brillo del estanque? Sus ojos mortifican
verbos intensivos como trabajos por hacer, sus manos
atosigan o abrazan según el sentido del viento y el silencio. Hay un silencio al sur que no se compromete,
no asusta, tienta como una caricia.

En la imagen, el amor se ha acercado a saludar, casi no se le conoce
(casi no se reconoce). Ella deshoja una margarita puesta de largo ahí por la tristeza; pero el futuro ya fue.

Tan diminuta en la palabra y sin embargo (y sin embargo). Tan gloriosa como una rendición,
un acabose, un estrellarse contra el siguiente cuerpo, la próxima fragilidad. Los besos que dan luz existen en el verso,
son como faros del eclipse, naves de un sol cegador. ¡Deslumbrante ballet de arlequines!, la obsesión
por la noche y sus portentos,
sus elementos y su edad de luto (y su equipaje de azul). Subir al tren y dejar las maletas en el altillo del vagón,
ocultar otra cinta amarilla, no pintar un cuadro: hasta ahí, las tácticas del amor.

Desamor y contratiempos; la eternidad discurriendo la forma de olvidarse. Quién no ha soñado
con la explosión, el regreso, il ritorno a los sábados de gloria, las sábanas tendidas en secreto, aquella voz.
Se proyecta un ciclo de cortos turbulentos en la pantalla de la luna nueva; fluyen las lágrimas en una especie de acción,
flores desoladas. En el arriate, una claridad profana se abre paso entre visiones posibles,
horada la materia con su ejemplo, prolonga el beso turbio del ocaso a sorbos de matemática jovial.

Hablar de ella y tenerla entre las cejas, curvada entre dos mundos que se repelen, compiten por verla
más bella y más descalza, más oculta y más fiel. Su amor es un estado
de hábito, su estado vibra con una música que no se deja herir. Ah, ella es solo la costumbre de su ausencia,
solo la forma, la silueta del aire que la dobla con pétalos de lluvia, ese lugar vacío, el desierto que congrega a su lado
cada vez que sonríe con ese estilo suyo de saberse y esa memoria ajena de no ser.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores